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Artículos
de Prensa
Una selección de escritos de prensa publicados a lo
largo de su vida
Poesías y otros textos
Poemas y otros textos sueltos, algunos inéditos
Conferencias
Facultad de Filología de Sevilla, Abril de 1997
Pregones
Pregón de la Semana Santa de Carmona 1952 y la Feria
del Libro de Sevilla 1993
El alma de José María
Requena
Breve colección de textos de José María
Requena sobre Carmona
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Carta
a mis paisanos de Cataluña |
Carmona
a vuela pluma
Antología de escritos carmonenses de José María
Requena
Vida
y obra de José María Requena
El estudio de investigación más amplio realizado
sobre la vida y obra de Requena, escrito por el Dr. Ángel
Acosta Romero, Profesor Titular de la Facultad de Ciencias
de la Información de la Universidad de Sevilla.
EL ALMA DE JOSÉ MARÍA
REQUENA - TEXTOS
En "Carta a mis paisanos de Cataluña"
Los emigrantes carmonenses en Cataluña pudieron saborear
un texto de José María Requena, escrito para
ellos a modo de carta, con motivo de las fiestas de la Virgen
de Gracia. El argumento central del escritor será,
aquí, el del regreso de un "hijo de Carmona",
a su ciudad de origen, tras una ausencia larga, y constituye
un nostálgico recorrido a través de calles,
rincones y referencias a la Carmona de otros tiempos, como
la de "El Carbonilla", aquel viejo tren con aires
de "oeste americano".
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Carta a mis paisanos de Cataluña
Queridos paisanos y amigos:
Para este día tan nuestro, se me ha ocurrido
pensar que lo mejor será decirlo todo en una
carta, con el tono entrañable de una carta, con
la capacidad acercadora que las cartas tienen, cuando
intentamos aunar sentimientos, para bordar mejor los
relieves del recuerdo y para agavillarnos en la grandiosa
cosecha de las emociones.
Y en los comienzos mismos de esta carta, como paso primero
de esta andadura que vamos a compartir, no sé
exactamente por qué, se me ofrece como muy oportuno
y expresivo el imaginarme a un carmonense regresando
a Carmona, en otro tiempo, después de una ausencia
relativamente larga y con esa sensibilidad tan abierta
de par en par que suele acompañar al hiombre
en sus momentos más afilados por la emoción.
Varios son los rumbos por los que puede regresar a Carmona
el hijo de Carmona. Al seguir uno de ellos, se habrá
dejado a las espaldas el hondón de Écija,
tan bellamente espigada de torres, y enfilará
la prodigiosa recta, que más que de campo parece
como trazada en la magnitud de un raro sueño,
hasta doblar la curva donde empiezan a amontonarse las
lomas y las veredas que terminan por poner tan alto
las soberbias ruinas del Alcázar de Don Pedro.
Y, al poco, cuando la carretera se empina, dejándose
a la izquierda el amarillo intenso de las rastrojeras,
se llega a la mediana altura enmilagrada de la ermita,
con su pilar de chorro que te sueña a niñez,
a tu niñez de niño contemplando las extrañas
ciudades que la verdina forma en los fondos del agua.
Y, en lo alto, sobre el encalado murallón, la
verja, y tras la verja, ¡cuántos recuerdos
felices, cuántas palabras y cuantos rostros,
en la explanada frontera del templo a cuyos pies está
la cueva, con su humedad de fervores milenarios y también
el agua, con su penumbra a punto de prodigio, y la escudilla
aquella de cobre medieval en la que bebíamos
rezando por enfermos o por hijos o novias o estudios
o trabajos, mientras sonaban las coplas y los traqueteos
de carretas de bueyes con flores de verdad y flores
de papel, prontas las botellas y las cañas, fabulosa
cosecha de trigo de alegría en las eras cercanas!
Pero sigamos, cuesta arriba, curva a curva. Saludan
nuestros ojos la venerable silueta de la ermita de San
Mateo, tan histórica y al par tan humilde al
pie de la cuesta que recibió su nombre. Y, a
propósito: qué curioso resulta comprobar
que Carmona tenga sus dos ermitas más señeras,
no en lo alto, como están situadas las ermitas
de tantos otros pueblos, sino ahí, bien abajo,
al final de las cuestas, muy hermanadas y al ras con
sus trigales. La dos ermitas de Carmona no son para
miradas que se levantan, sino para miradas que profundizan.
Las ermitas que están situadas allá abajo,
en las raíces mismas del pueblo, son ermitas
que atraen hacia la hondura, al mismo tiempo que obligan
a los hombres a bajar, de cuando en cuando, desde la
encumbrada altivez de sus mayores cerros hasta la grandeza
natural y generosa de los llanos.
Después, a la derecha, la puntiaguda cornisa
del Picacho, que se prolonga por el Cenicero, sinuoso
y con algo de costanilla marinera, hasta las duras piedras
de la Puerta de Sevilla.
Por la izquierda, en la hondonada, más allá
del panorama mugiente del Matadero y de las inolvidables
albercas de los huertos, la Alameda, florido muelle
del puerto de Carmona sobre la mar de aires azules que
la vega... ¡Alameda! ¡Primer capítulo
de la juventud, aroma compañero de la mejor memoria,
glorieta en primavera de todos los muchos paraísos
que añoramos!
Ya estamos, por fin, entre el corpachón almenado
de la Puerta de Sevilla y la iglesia de San Pedro con
su garboso retoño de giralda. Hemos llegado a
la calle que fue tránsito de diligencias románticas,
con parada y fonda en el Angostillo, y calle, después,
de paso o salida y llegada de autobuses, bulle de viajeros,
voces altas en las tabernas, aceras que ni hechas de
encargo para ser testigos de las primera riadas del
turismo.
Pero volvamos al principio de esta carta, para fijarnos
en otros modos de cumplir un regreso a Carmona desde
la lejanía agridulce de las nostalgias hondas.
Desde la ahumada seriedad de la sevillana estación
de Córdoba nos ha llevado un tren hasta los destechados
andenes de Los Rosales. A la espalda de la cantina,
"El Carmonilla", con su no sé qué
de borriquillo ferroviario que veía pasar todos
los días trenes y más trenes de los de
verdad, trenes de los que iban de Madrid a Cádiz,
pasando por Sevilla, en ida y vuelta de galope prodigioso,
largos relinchos, susto de pájaros y ovejas.
No como él, reliquia del pasado, cansina mansedumbre
hacia el apeadero de Guadajoz, muy cortitos los humos
y achaques centenarios en las primeras cuestas, hasta
que, por fin, se ponían a ras de los olivos sus
bagones de oeste americano. Y, al llegar a los primeros
muros blancos de Carmona, a la izquierda, más
que verla, se presentía la presencia del viejo
camposanto, paredes altas guardando la memoria de tantísima
gente nuestra, de tantos y tantos que nos precedieron
por estas mismas calles y por estas misas plazas, con
estos mismos o muy parecidos afanes, viajeros ellos
también que bajaron de este mismo trenecillo
tan nuestro, tiznados de carbonilla, maleta en mano
hacia las calles del Caño o Carpinteros. Arriba,
en bienvenida de veleta, la torre de San Pedro, giraldilla,
mirador y mirada, copla mayor de campanas tristes o
festivas, y ya estamos de nuevo en la calle más
viajera de Carmona, cara a cara con la múltiple
arcada de la Puerta de sevilla, tan fortachona, y, sin
embargo, tan amable y tan airosa, sin tanto así
de guerrera a estas alturas. Y pasamos por ella. ¡Oh,
los cántaros romanos en la semipenumbra silenciosa
de la tienda de Joselito! La calle oficiales serpentea
como con prisas por llegar a la Plaza de Arriba, a sus
asientos de hierro, y a sus palmeras, a su gran farola
central que parece traída de jardines con mucho
y alto rango.
Pero, antes, nos queda un viajar a Carmona por la carretera
más olivarera de las tierras de Sevilla. Bien
desde la ya vieja estación de autobuses o bien
desde aquel aeropuerto que, en tiempos, no tenía
más sala de viajeros que un tasca de techo bajo
de uralita y un suelo salpicado de goteras.
El amarillo autobús de Casal doblaba la esquina
de la Trinidad y, atravesando barriadas y campos que
todavía no eran Sevilla pero que ya no eran verdaderamente
campos, cruzaba tierras de vaquerías y huertas,
fincas de portadas regias y bellos jardines fronteros.
Los niños se deformaban las narices en los cristales
de las ventanillas, para ver "desde más
cerca" aquellos primeros aviones de viajeros tan
"enormes". Y ¡ea! Ya estamos a la mitad
del camino, en cuanto pasemos por debajo del gran pino
de la curva.
Olivos y más olivos. Todo un mundo de bosque
aceitunero late en la verde espesura de la que sólo
conocemos los serios garabatos de los troncos cercanos
al alquitrán de la carretera. Hasta que, desde
una curva cerrada y alta, se presencia, allá
al fondo, como una pincelada de don José Arpa
o Manolín Fernández, el pueblo tan soñado
en horas de mucho desarraigo y lejanía. Quizá,
al llegar a casa escriba en sentida letra de solear:
Qué pellizco de buen cante
me da a mí la carretera
con Carmona por delante.
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El corazón se aniña, nada más alcanzar
el autobús las curvas que ciñen la lejana
historia funeraria de nuestros remotísimos abuelos
ciudadanos de Roma. El corazón se ablanda en
vísperas de los llantos pequeños con que
el gozo abrillanta la ilusión cumplida.
Mucho de abrazo en bienvenida tiena la calle de Sevilla,
que se abre más y más conforme avanzamos
por ella, igual que si en verdad nos fuesen a llevar
sus cales lasta el mismísimo campario de la Giraldilla.
Y El Angostillo y la calle de San Pedro y la Puerta
de Sevilla, y el alma, recordando perfumes de cosas,
de personas, de guisos, de palabras. Perfumes de sombras
y canciones. Perfumes de mañanas de sol y primavera
resucitando plazas. Perfumes de oración rezada
con tu madre el ocho de Septiembre, cuando el naranjero
patio de Santa María florece de moñitos
de seda de todos los colores. Y es que ya hemos llegado,
despacio, por la calle Vendederas, hasta el templo mayor
del pueblo inolvidable. Y no llegamos, no, qué
va, en cualquier mañana de cualquier otro mes
del calendario.
Por tren o por carretera, por entre los olivos o por
la insólita recta de la vega , hemos llegado
a Carmona el Ocho de Septiembre, cuando Carmona toda
es nada menos que su Virgen de Gracia, Patrona y Madre,
piña de luces de Carmona y música de poemas
de Carmona, aceite y trigo de Carmona, ilusión
y sudores de Carmona, casa de mil portones abiertos
para todos, tengan lo que tengan, vengan de donde vengan
y sean cuales sean los colores que elijan para intentar
sus júbilos más justos y más limpios.
Porque bien es sabido que la Virgen de Gracia no es
de nadie, nadie se la puede llevar a su casa y nadie
se atrevió jamás a ponerle su herraje
de exclusiva en la peana, como tampoco nadie en Carmona
se atrevió del todo a volverle la espalda o a
estudiar el modo de convertirla en llama que dejara
tan sólo la ceniza fría de las más
lejanas oraciones.
Sí. Hemos llegado a nuestro pueblo un Ocho de
Septiembre, y las calles blancas de Carmona, con un
mimo de abuelas, nos arropan el profundo escalofrío
de la emoción de tantos reencuentros. No sólo
con personas, sino también con innumerables cosas
y detalles que nos hacen revivir sensaciones más
o menos distanciadas. Y, sobre todo, hemos llegado a
la prioral y nos hemos hundido en esa antiquísima
oscuridad que parece la misma de hace más de
ocho siglos. Pero nos ha ganado la luz. Una hoguera
parece el altar mayor. Una hoguera en la que se nos
apareciera ella, no como era en Belán o en Nazaret
o en el Gólgota. No la Virgen de por aquí,
la Virgen dolorosa y paciente, sino la Virgen que acaba
de ser elevada por los ángeles de la Asunción,
la virgen enjoyada por las inimaginables luces de los
cielos, luces que brillan y no deslumbran, luces que,
siendo tan poderosas, no te obligan a cerrar los párpados,
sino que, muy al contrario, te atraen y te permiten
las más detenida y fervorosa contemplación.
El hombre recién regresado a Carmona repentiza
por dentro la sobriedad de una solear:
Aquel niño que yo era
rezaba en Santa María
con un corazón de cera.
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Pronto, dentro de nueve o diez días, el hombre
regresará a los paisajes de su desarraigo. Pero
está convencido de que ya no se irá con
la punzada aguda con que vino, porque ha presentido,
con precisión y absoluta certeza, que se llevará
con él a la Patrona de Carmona.
La Virgen que yo te digo
es gracia del emigrante
si se va, se va contigo.
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Y qué bien sabéis vosotros, carmonenses
catalanes, lo verdad que es que nuestra Virgen de Gracia
se va con el que emigra. Qué requetebién
sabéis que, en esta segunda tierra vuestra, no
sólo la tenéis como tesoro vuestro y de
vuestros hijos, sino que habéis hecho de ella
un tesoro de gracias que sabéis repartir a manos
llenas entre vecinos y amigos, catalanizando su generosidad
en el gracejo y en la gracia, teniéndola durante
todo el año, no como transplanta de desde Santa
María, sino vuelta a aparecer de nuevo, en la
gran ciudad de la industria catalana, tal y como se
apareció hace casi un milenio al pastorcillo
en las lindes de nuestra vega.
Y con ello y en ella también os habéis
traído, resumida y ensalzada, la presencia emocionante
de Carmona misma. Porque en la Virgen de Gracia están
nuestras mañanas y nuestras noches, la cal de
nuestras casas y el agua que riega nuestras huertas,
la seriedad histórica de la Puerta de Córdoba
y la encantadora travesura que es el Arquillo de San
Felipe. En la Virgen que os habéis traído
están sonando las cancioens de gira en primavera
y los rotundos truenos de las grandiosas tormentas que
arrastran canastos de la compra en la Plaza de la Berza,
para llevarlos en vilo de torrentera, Santa Catalina
abajo, hasta dejarlos a la altura de la empinada escalinata
de San Bartolomé. Con la Patrona, tenéis
con vosotros las campanadas de todas vuestras torres,
y ¿por qué no? la ruidosa alegría
de nuestra hermosa feria de mayo. Con mirarla a ella,
estaréis viendo la vega, desde el Alcázar,
y la cueva de la Batida desde los escarpados miradores
del Arbollón. Con rezarle a ella, entráis
a rezar en las iglesias todas de nuestro pueblo y con
sólo entrecerrar los ojos ante ella os veréis
llegando a Carmona, en el autobús amarillo de
Casal o en la deliciosa ruína de tren que era
El Carmonilla. Y todos nos veremos reunidos en ella,
cada vez que queramos sentirnos pueblo de Carmona. Yes
que, como todos nosotros, todas nuestras vidas, desembocan
en ella, en ella estamos los que viven en Carmona y
los que vivimos fuera de Carmona... Y también,
cómo no, están en nuestra Virgen de Gracia
aquellos muchos que se fueron
... una mal día
por la calle Carpinteros
a la cal sin alegría.
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Y en la Virgen nos volveremos a encontrar con ellos,
con pena, de momento. Pero en ella, allá arriba,
estallará el reencuentro de todos junto a todos,
en un celeste ocho septiembre, en un enorme patio con
naranjos y millones y millones de moñitos de
seda con todos esos infinitos colores que ni siquiera
podríamos imaginarnos en este Septiempre tan
marianamente humano.
Abrazos.
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Marzo de 2011
Carmona a
vuela pluma
La Delegación de Cultura
del Exmo Ayuntamiento de Carmona, Olavide en Carmona
y Servilia Ediciones, presentaron en el Parador Nacional
de Carmona el libro: "Carmona
a vuela pluma. Antología de escritos carmonenses.
José Maria Requena". Antonio Montero
Alcaide, editor de la obra, junto a Juan María
Jaén Ávila, hicieron una semblanza de
los textos recopilados y la biografía del autor.
ampliar>>
Junio de 2010
Pintura y
poesía
Entre el 4 y 20 de junio se expone en la Biblioteca
Pública Municipal de Carmona una muestra
de pintura a cargo de alumnos del Aula de Pintura
de Carmona, que bajo dirección de la profesora
Dña. Manuela Bascón han realizado una
serie de cuadros inspirados en poemas de José
María Requena. ampliar>>
Enero de 2010
Memorias del
periodismo sevillano
Con motivo del primer centenario de la Asociación
de la Prensa de Sevilla, se presentó la
obra "Periodistas
de Sevilla (Retratos de autores de dos siglos)",
editada por Mª José Sánchez-Apellániz,
y que recoje un homenaje a las personalidades más
destacadas del periodismo hispalense en los últimos
dos siglos. ampliar>>
Julio de 2008
Décimo
aniversario
El 13 de julio de 2008 se cumplen diez años
de la muerte de José María Requena.
El escritor sevillano Antonio
Montero Alcaide homenajea su memoria en un artículo
en ABC de Sevilla. ampliar>>
Noviembre de 2002
Publicada
la obra completa
Editada por el Ayuntamiento de Carmona, ya está
disponible el tercer y último tomo de las obras
completas de José María Requena.
Se trata de un total de tres volúmenes que
recogen toda su producción poética,
novelística, ensayística y de narrativa
breve, además de una selección de artículos
de prensa y diversos textos. Para más detalles:
archivo@carmona.org
Teléfono: 954191458
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Antonio Petit Caro
Reivindicación
de José Mª Requena en el cincuenta aniversario
de la muerte de Juan Belmonte
"Ahora que se conmemora con
los honores que le son debidos a su memoria los 50 años
de la
muerte de Juan Belmonte, es momento para reivindicar
la autoría de la primicia periodística
de aquella luctuosa noticia. Y es que fue el escritor,
poeta y periodista sevillano José María
Requena quien primero lanzó al mundo la versión
completa de lo que no fue sino una tragedia en "Gómez
Cardeña"...." ampliar>>
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Manuel Losada Villasante
En recuerdo
de José M. Requena
"Compartí con José
María Requena -hombre de pueblo entrañado
con el campo- momentos inolvidables a lo largo de la
infancia, juventud y edad madura, y me sentí
muy unido a él humana y espiritualmente..."
ampliar>>
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Enrique Montiel
José
M. Requena, una teoría de Andalucía
"Y es que resulta en extremo
difícil desproveer la narrativa de Requena, tan
pulcra y bien hecha, de lo sociológico, de lo
político, de lo histórico..." ampliar>>
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