Artículos de Prensa
Una selección de escritos de prensa publicados a lo largo de su vida

Poesías y otros textos

Poemas y otros textos sueltos, algunos inéditos

Conferencias
Facultad de Filología de Sevilla, Abril de 1997

Pregones
Pregón de la Semana Santa de Carmona 1952 y la Feria del Libro de Sevilla 1993
  Pregón de la Semana Santa de Carmona 1952
  Pregón de la Feria del Libro de Sevilla 1993

El alma de José María Requena
Breve colección de textos de José María Requena sobre Carmona

Carmona a vuela pluma
Antología de escritos carmonenses de José María Requena

Vida y obra de José María Requena
El estudio de investigación más amplio realizado sobre la vida y obra de Requena, escrito por el Dr. Ángel Acosta Romero, Profesor Titular de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Sevilla.




PREGONES: FERIA DEL LIBRO DE SEVILLA

Pregón que leyó José María Requena en el Parque de Maria Luisa con motivo de la inauguración de la Feria del Libro de Sevilla el 14 de Mayo de 1993.




Pregón de la Feria del Libro de Sevilla de 1993



EMOS venido hasta el Parque, al arrimo de los libros, que nos esperan ya colocados y dispuestos a salirnos al paso, a mostrarnos el colorido semblante de sus portadas, sus personalísimas hechuras y también cochuras, puesto que algo de pan todavía tibio tienen los libros recién salidos de la imprenta, de la cuidadosa hornada que el editor prepara un poco así como se acicalan a los hijos en la mañana toda luz de la primera comunión.

Al Parque hemos venido para amigarnos con cientos de libros, que es como decir con millones de frases y pensamientos, de sueños embriados en el papel, en las páginas del libro nuevo, al que tomamos el peso con un placer único para la acariciadora sensibilidad de los dedos, como si, junto a sus promesas de ensueño, se nos entregara el libro con un no sé qué de encanto físico, pletórico racimo de palabras, prenda de una lealtad que, por supuesto, garantiza valores que van mucho más allá del precio.

Se muestran contentos los libros en la jugosa lozanía del gran jardín de Sevilla. Se diría que disfrutan respirando la solemne vecindad de los altos árboles, dichosos por ese repentino parentesco que contraen con los rosales y las fuentes. Adquieres un libro, y, al abrirlo, brotan de su entraña impresa los cautivadores aromas que pudieran seducirnos en los diversos panoramas y circunstancias de los sueños: aromas de sentirnos a salvo del frío en la cariñosa apertura de la familia, los salinos olores de las barcas, el vigoroso perfume de los trigales verdes, la sevillanísima esencia de los naranjos callejeros, y, sobre todo, ese indefinible olor del papel tan nuevo, que se parece tanto al ácido olor de la yerba fresca recién cortada y del resinoso pinar bajo la lluvia.

La primavera se mueve entre los "stands" como una apretada y airosa muchacha. Hermoso tiempo éste para dejarse alterar la sangre por cuanto nos entra por las ventanas del mirar y por los deliciosos y sutilísimos calambres del tacto, por el profundo saboreo del agua con la novísima sed que inauguramos con las primera temperaturas subidas, por los invisibles paraísos que nos ganan el alma por los caminos del olfato y por la música que no se oye, aunque sí se intuye, en las vibrantes complacencias del aire.

Ningún otro tiempo nos obliga tanto a salirnos de nosotros mismos. Ningún período del año se nos muestra tan propicio para acercarnos a la lejanía por las lentas sendas del libro, porque archisabido es que cada libro está encarnado en imprevistas tentaciones de aventura, tramo de horizonte cada línea, cada página un mundo habitado de sorpresas, gente amiga nuestra para siempre los personajes que nos salen al encuentro de capítulo en capítulo, y, al final, justo cuando cerramos el libro, vivimos la sensación de que se nos aviva incrementando el tesoro de la sensibilidad y de que hemos añadido a nuestra memoria todo un nuevo universo de paisajes y pensamientos, de alegrías y frustraciones, de modos de emocionarnos y también de grandezas de corazón con las que aprender a compadecer.

Si a la Feria del libro llegamos solos, se nos emocionará la mirada ante tanto título prometedor de realidades, trascendencias y fantasías, movilizados nuestros adentros por tanta incitación a la ilusión y la añoranza. Y si venimos acompañados, concelebraremos con nuestra gente el hermoso rito de ir saludando con la atención libros y más libros, sin comprar ninguno todavía, como si estuviésemos temerosos de que, al llevar con nosotros un primer libro elegido, pudiéramos causar delicadas y sutilísimas humillaciones en todos los demás, innumerables, que nunca serán nuestros, libros que habrán de quedarse ahí, únicamente contemplados, ni acariciado siquiera el amable y mágico reclamo de sus cubiertas... Casi como personas vienen a ser esos libros que parecen esforzarse en conseguir nuestro aprecio definitivo, ansiosos de que los llevemos a casa entre las cultas caricias que dedicamos a los tomos aún no leídos, a los ejemplares que, acabados de adquirir, colocaremos sobre la acostumbrada mesa de nuestras lecturas, puestos allí, bien a la vista, para que nuestro regodeo de lectores acreciente con los aplazamientos las soñadoras perspectivas de quedarnos sin otra compañía que la del silencio, para alzar la tapa y hacer nuestras las palabras impresas de la primera línea.

Momentos esos en los que, por cierto, con bastante frecuencia, echamos de menos la atractiva circunstancia que nos ofrecían aquellos modestos libros de otra época, cuyas páginas habíamos de abrir con cortaplumas, dejando en los bordes una encantadora pelusilla que tanto tenía de testimonio en aquel primero y profundo acto de amistad con nuestro libro.

Una tenue e imperceptible comunicación se establece entre las librerías de la Feria y los sugestivos mundillos de nuestras bibliotecas, donde se alinean los tomos como sucesivos gestos de nuestra existencia: libros que sembraron las primeras semillas literarias en los amplios y receptivos barbechos de nuestra juventud, y libros que fueron excelentes compañeros de viaje en los obligados rumbos de la hombría, páginas paralelas de los sinuosos trayectos de pesares y júbilos, de precipitaciones y pacientes, papeles en cierto modo sagrados que nos pusieron luces durante tantas noches cerradas, hojas que nos fueron enseñando el arte serio y profundo de administrar la alegría y del no darnos por vencidos tras cada nueva batalla perdida.

Libros de solemnes tapas duras que tienen algo de cofres para conceptos más o menos inconmovibles, y libros que, ligeramente encuadernados en rústica, se enseñan en nuestros anaqueles con el acomplejado orgullo de los humildes que se saben importantes y sabios. Libros que, al abrirlos porque sí, incluso sin intención alguna de releerlos, en un simple ademán rememorativo, nos hacen retroceder un buen número de años, hasta humanidades que teníamos olvidadas, mientras contemplamos la simbólica amarillez de sus hojas con la extraña fijeza de los intensos momentos de nostalgia.

Y, cómo no, entre las páginas de esos libros, puede ser que hallemos la emotiva y romántica cursilería de la flor disecada, o algún papelito en el que anotamos nombres, direcciones y teléfonos de muchachas cuyos rostros se nos reaparecen imprecisos, movidos y como ondulados en los mitológicos espejos del agua... Y también recortes de periódicos y programas de mano y trozos de cartas con los que señalábamos puntos de lectura en días lejanos, y que nos intrigan en el presente con su ausencia de firmas y con unas frases, que, precisamente por incompletas, nos resultan ahora tan sugerentes y atractivas.

Hemos colocado libros en distintas estancias de nuestros hogares, y no parece sino que, mucho más que nosotros contemplarlos, son ellos los que nos contemplan desde diversas épocas de nuestra vida, porque estuvieron con nosotros en aquel lugar y a aquella hora, nada más iniciada una nueva emoción, o acaso en unos modos nuevos de recibir los sabios aleccionamientos de tal o cual desengaño, páginas que hicimos muy nuestras, al enredar entre sus letras las reflexiones de unos instantes decisivos, de cara a unos futuros que ya se han encarnado en este presente que gozamos o padecemos.

Están nuestros libros en los despachos, salas de estar o cuartos donde hacemos un poco de vida aparte para el trabajo, la reflexión o el estudio, y, de cuando en cuando, aún sin leerlos o sin tan siquiera abrirlos, palpamos en ellos breves biografías, y, con tales volúmenes en las manos, entrecerrados los ojos, nos vemos a nosotros mismos en mañanas muy jóvenes o en crepúsculos que señalaron la densa seriedad primera de nuestra madurez.

Libros también en nuestro alojamiento del hogar, libros que habitaron los inquietantes tránsitos de interminables viajes ferroviarios, libros que leímos en el estallido de luz de un mediodía de playa o con la vida puesta al pairo de enfermedades y obligados. Y, cómo no, todos nos hemos imaginado, alguna vez, con el aire libre de un libro entre las manos, para matar las enemigas horas de una cárcel, cuando quisiéramos que los minutos pasaran como semanas y las semanas como años...

Y, por supuesto, existen libros amables y libros cuchilleros, libros que nos ayudaron en los nublados la alegría y libros que nos dieron a conocer los gestos mas desagradables de la vida. Libros en los que aprendiste a conocer el interminable dolor de pueblos enteros y libros que se incorporaron a tu vida, hasta el punto de convertirse en verdaderos latidos de tu corazón.

Finalmente, aquellos que han escrito libros suelen tenerlos al alcance, aunque muy raramente para abrirlos, y, menos, para volver a leerlos, puesto que eso acarrearía el esquinado riesgo de encontrar en sus páginas, con penoso retraso, innumerables defectos definitivamente incorregibles, después de haber puesto en ellos tanta vida propia, al igual que cuando, al repasar nuestra biografía, no podemos enmendar ya las inevitables erratas de lo vivido.

Vayamos pues, en esta hora, hacia los libros que nos están esperando en la hermosura vegetal del Parque. Simpaticemos con sus semblantes, y entablemos amistad con ellos, porque todos los libros, cada uno a su estilo y manera, han nacido para ser llevados a nuestras casas como leales promesas de vida muy viva y de imaginación siempre dispuesta a recorrer los profundos caminos de las más sagradas utopías y de las más sanas y luminosas libertades.




Marzo de 2011

Carmona a vuela pluma
La Delegación de Cultura del Exmo Ayuntamiento de Carmona, Olavide en Carmona y Servilia Ediciones, presentaron en el Parador Nacional de Carmona el libro: "Carmona a vuela pluma. Antología de escritos carmonenses. José Maria Requena". Antonio Montero Alcaide, editor de la obra, junto a Juan María Jaén Ávila, hicieron una semblanza de los textos recopilados y la biografía del autor. ampliar>>

Junio de 2010

Pintura y poesía
Entre el 4 y 20 de junio se expone en la Biblioteca Pública Municipal de Carmona una muestra de pintura a cargo de alumnos del Aula de Pintura de Carmona, que bajo dirección de la profesora Dña. Manuela Bascón han realizado una serie de cuadros inspirados en poemas de José María Requena. ampliar>>

Enero de 2010

Memorias del periodismo sevillano
Con motivo del primer centenario de la Asociación de la Prensa de Sevilla, se presentó la obra "Periodistas de Sevilla (Retratos de autores de dos siglos)", editada por Mª José Sánchez-Apellániz, y que recoje un homenaje a las personalidades más destacadas del periodismo hispalense en los últimos dos siglos. ampliar>>

Julio de 2008

Décimo aniversario
El 13 de julio de 2008 se cumplen diez años de la muerte de José María Requena. El escritor sevillano Antonio Montero Alcaide homenajea su memoria en un artículo en ABC de Sevilla. ampliar>>

Noviembre de 2002

Publicada la obra completa
Editada por el Ayuntamiento de Carmona, ya está disponible el tercer y último tomo de las obras completas de José María Requena. Se trata de un total de tres volúmenes que recogen toda su producción poética, novelística, ensayística y de narrativa breve, además de una selección de artículos de prensa y diversos textos. Para más detalles: archivo@carmona.org
Teléfono: 954191458


Antonio Petit Caro
Reivindicación de José Mª Requena en el cincuenta aniversario de la muerte de Juan Belmonte
"Ahora que se conmemora con los honores que le son debidos a su memoria los 50 años de la muerte de Juan Belmonte, es momento para reivindicar la autoría de la primicia periodística de aquella luctuosa noticia. Y es que fue el escritor, poeta y periodista sevillano José María Requena quien primero lanzó al mundo la versión completa de lo que no fue sino una tragedia en "Gómez Cardeña"...." ampliar>>

Manuel Losada Villasante
En recuerdo de José M. Requena
"Compartí con José María Requena -hombre de pueblo entrañado con el campo- momentos inolvidables a lo largo de la infancia, juventud y edad madura, y me sentí muy unido a él humana y espiritualmente..." ampliar>>

Enrique Montiel
José M. Requena, una teoría de Andalucía
"Y es que resulta en extremo difícil desproveer la narrativa de Requena, tan pulcra y bien hecha, de lo sociológico, de lo político, de lo histórico..." ampliar>>

 

 

 

 
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