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Más que llegar,
salta y rebrinca el día primero, la primera hora, el minuto inicial de hacerse joven, y casi nunca al son del sol, sino con lluvia corta y en tumulto de corazón que baila en la garganta, lluvia templada que dibuja los labios que tendrá la memoria del amor primero. Siéntate aquí a mi lado, muchacha, en este patio a punto de vestirse de lluvia. Hablemos como entonces, o, mejor, hablemos como nunca, o no hablemos ¿para qué? si ya no importa saber cómo te ha ido por las afueras de mi nombre. Sólo quiero besarte al cabo de los años, igual que, si de pronto, pudiera comenzar a llover, sobre este viejo patio abandonado, aquella misma lluvia tan deliciosamente vieja de nuestros diecisiete años. |
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José María Requena (La vida cuando llueve) |