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Gente del Toro
Madrid, PPC, 1969.
Toro Mundo
Sevilla, Muñoz Moya y Montraventa, 1990.
Versión un tanto literaria
de la Semana Santa de Sevilla
Sevilla, Servicio Publicaciones Universidad de Sevilla.
GENTE DEL TORO
Las corridas de toros, la fiesta
brava - su violencia y su elegancia, su enorme tensión
dramática; los difíciles momentos psicológicos
del torero- en la visión apasionada de un espectador
que siente su duende. "El espectáculo de la sangre
se sublima con las sutilezas en el atavio y en los modales...La
importancia heroica del toreo ha viajado desde los aguerridos
principios de una valentía expeditiva hasta la plastia
candenciosa de la magia". Los espadas, el toro, la picaresca
única del mundo del ruedo, en una serie de capítulos
que captan exhaustivamente el contenido todo de la fiesta.
Algunos textos de "Gente del Toro"...
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La capilla
Aquí rezan... ¿Rezan?... ¿Rezan
en voz alta padrenuestros y avemarías...? No.
Lo que hacen, más bien, es ponerse muy silenciosos
ante el altar pequeño y, con la vida en vilo,
reconocer que la muerte no anda muy lejos. Lo demás
brota en oración sin palabras, como pura consecuencia
de esa metafísica: riesgo, muerte y otra vida...
El torero se eleva, se religa y comunica con Dios en
esa posibilidad de gran salto hacia el misterio. Viene
a ser como si, por unos minutos, se convenciera de que
vive momentos de moribundo en ciernes, y todo en él
se tornara sinceridad de serena despedida. Tiene el
aspecto grave de quien acaba de hacer las maletas para
un viaje muy largo y mira al cielo por la ventana. No
hay apenas presente. Ni tampoco futuro propiamente dicho,
sino espesura de pasado que se aglomera ante el pórtico
de la trascendencia.
La palabra "Dios" se redondea de concepto
y suena a verdad maciza, a gran abrazo que se recibe
por dentro, y a esa clase de alegría que siempre
queda un poco más allá de la ilusión
alcanzada.... En lugar de razonar la existencia de Dios,
el torero se inunda de tal certeza, porque la necesita
en la tensión de su tremenda intriga. Le cruzan
por la memoria palabras sueltas de jaculatorias infantiles,
y también parece que la madre está allí
junto a la Virgen, llorando al son de ella por "las
cosas" del hijo.
Cuando sale el torero de la capilla parece adormilado.
Tarda en desentumecer los rasgos de la sonrisa. Le salen
las palabras malhumoradas y mira cuanto le rodea como
si hallara falta de sentido la gran fiesta mortal que
se organiza. Contempla a sus compañeros de la
tarde con lentitud cariñosa, como quien después
de meditar muy en serio sobre la otra existencia, regresara
poco a poco a esta de ahora, tan acicalada y compuesta
para la más pinturera de las agonías.
Muchos matadores confiesan que se sienten fortalecidos
por su minutos de estancia en la capilla. Pero también
hay otros que prefieren tratar los asuntos del cielo
en cualquier rincón del patio, durante unos minutos
en que hasta la mirada se vuelve hacia dentro, como
si buscara un altar muy exclusivo bajo las bóvedas
de las costillas.
Hay toreros que ni pueden soportar el aroma de las velas
encendidas. Otros, los más imaginativos, sienten
horror a que los miedos se les subleven en un silencio
de iglesia.
Al verlos en sus momentos de charla callada con el Apoderado
de arriba, se pregunta uno si también irán
con alas de oro y seda los ángeles taurinos de
la guarda.
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Curro Romero y la inspiración
"En esto, como en el cante y el baile, necesita
uno la ayuda de un buen son... Sin el son de un buen
toro me falta entusiasmo en la faena..."
Con estas palabras intentaba explicarme Curro el secreto
de sus malas rachas, su definitiva incapacidad para
los términos medios.
Curro es uno de los toreros que más se hacen
esperar, de los que provocan hoy la repulsa del "yo
no veo más a este tío" y a la vuelta
de una semana motivan un "vamos a verle por si
acaso"... No es exacto decir que viva de las rentas
del pasado, sino más bien del futuro en una especie
de amenaza artística: "Cuidado, porque a
lo mejor os perdéis mañana la mejor de
mis faenas".
Con cuentagotas nunca premeditados mantiene el embrujo
de su promesa. Se suceden las broncas, pero debe estar
acostumbrado. O quizá, incluso, debe considerarlas
como retamas secas que calientan a fuego lento la maravilla
más o menos lejana de su triunfo inmediato.
Muchas veces he llegado a pensar que Curro Romero puede
ser que sepa cómo sonará su tarde taurina
desde que se pone la chaquetilla, o cuando da el primer
paso del paseíllo, o en el momento mismo de anunciar
el clarín la salida de su toro primero. La psicología
de Curro da pie para suponer que presienta desastres
o triunfos en las claves misteriosas de un escalofrío,
o en el sabor más o menos amargo de su saliva,
en un cambio repentino en el compás de sus pulsos...
Y hasta es probable que, después de todo, las
muestras supersticiosas de tales adivinanzas no sean
sino ánimos o desánimos que ocasionan
los resultados de la tarde, en lugar de ser premoniciones
proféticas.
Los "duendes", los consabidos "duendes"
taurinos, tienen en Curro su mejor acuartelamiento.
Ningún otro torero se muestra y se demuestra
tan dependiente y resignado ante los gestos imprevisibles
de lo fatídico. Y precisamente por eso, por sentirse
tan condicionado por soplos de misterios, alcanzan sus
escasas ocasiones de perfección el sello inconfundible
del entusiasmo. Viene a ser como si, al saberse lleno
de inspiración, se considerase a salvo de todas
las cornadas y sólo hubiera de atender el dibujo
solemne de los lances y la exacta suavidad de su muleta.
Los "duendes" no son para él más
que buenos presentimientos , un bienestar repentino
que puede ser que dependa del buen descanso o de una
satisfacción acaso tan pequeña que ni
el torero siquiera la recuerde. Pero ese bienestar,
en un momento determinado, se le presenta idealizado
con tonos de inspiración. Siente entonces que
le bailan los "duendes" por esas venas nunca
localizadas de la valentía con gracia. Hasta
en el respirar adivina finuras propicias. Una ligereza
casi imaginativa le bulle por los pies y también
en las manos percibe como un desborde extraño
de magia y sabiduría.
En tales circunstancias, el bicho que no sea del todo
malo se ve incorporado a esa especie de sublimación
abarcadora. Sí. También el toro se presenta
ante el torero como el motivo ideal para una inspiración
que necesita plasmarse. Todo se redondea en moldes alucinantes.
El torero vive en disloque, casi un extasis provocado
por su fe desmesurada en la grandeza que se avecina.
No necesita de la razón para convencerse de la
apoteosis. Ni siquiera le hacen falta los esfuerzos
del arrojo, porque la muerte no tendría sitio
en ese panorama de sensaciones casi sobrehumanas. No
queda ni una gota de miedo en la ilusión de la
sangre. Sólo es necesario entregarse al disfrute
de la faena, olvidado del tiempo y de la gente, con
el egoísmo reconcentrado de los grandes estilistas.
Y la faena deja de ser entonces obra de arte que se
logra, porque es más bien obra de arte que germina
y florece. Sin embargo, sin que la voluntad tome parte,
fluye la armonía de algo que es más que
corazón o por un poco de locura o por la misma
subconciencia que trabaja en los dueños felices
de cuando niño.
Pero toda esa anchura de ventanal abierto a la perfección
se da muy de tarde en tarde, y el torero que viva pendiente
de los "duendes" se desanima en las horas
desangeladas. ¿Cómo quieren que entusiasme
al público si el torero mismo se siente extraño
y equivocado en la arena del ruedo? Está convencido
de que sus pies no se verán libres del plomo
de la torpeza, ni las manos podrán salvarse de
su total ignorancia temporal en cuestiones de gracia
y rito. Es inútil intentar siquiera la fórmula
de salir del paso y cumplir a medias. El artista del
toreo, como un lírico de la tragedia, se niega
a componer el poema mediocre de los ripios. Prefiere
la bronca, una bronca más en el camino que enlaza
una inspiración con la otra, siempre distantes
y caprichosas en los calendarios de su entrega.
¡Las cosas de Curro! Las mismas cosas de Rafael
"El Gallo", y de Gagancho. Resulta muy difícil
desechar la idea de que Curro Romero no tenga alguna
que otra raíz de gitano. Son muchos los matices
que ofrece al respecto la personalidad de este andaluz,
triste de expresión hasta en los minutos más
luminosos de su virtuosismo. Está como poseído
por el diablillo de las contradicciones y no admite
remedios para el toma y daca de sus altibajos. Una esperanza
atávica le mantiene en su desagradable nomadeo
por paisajes adversos, con los ojos puestos en la "pechá"
de gloria que le aguarda cualquier tarde, al remontar
la loma de cualquiera sabe qué momento.
Es la suya una gracia pensativa y dramática.
Carece de la juguetona alegría del toreo sevillano.
Los percales y las franelas de Curro se ofrecen sin
el encanto vivaracho de un Pepe Luis. Su estilo es más
bien lento y como recortado con los patrones del cante
antiguo.
Sus faenas grandes tienen mucho menos de florero que
de candelabro. Viene a ser como si el gracejo de sus
cadencias se le tornara solemne bajo el dictamen de
la pesadumbre. Como si la gracia se le plasmara en regodeos
de ceremonia por tratarse de una gracia especial, "jonda"
y maciza.
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El espontáneo
El temperamento español se ha fundido en el molde
emocionante de la corrida. La rebeldía de sus
tendencias raciales se ha quedado extasiada en la ordenada
magia del toreo. La España desperdigada de las
protestas se unifica en el embeleso por la exactitud
de lo trágico. Se someten los individualismos
a la participación colectiva y unánime.
Surge, la discusión, el grito a favor o el grito
en contra; pero todos defienden el cumplimiento de unas
leyes, nadie renuncia al ideal de la disciplina...
Bueno...Nadie, no... Todos, menos uno. Todos, menos
ese muchacho que viene a la corrida con su "bomba"
oculta bajo la chaqueta. Todos, menos ese que se come
las uñas mientras elige el minuto exacto de su
"atentado".
Es el espontáneo, el anarquista de la fiesta,
el que clava la vista en las parejas de los guardias,
el dela vida a punto de aliviarse una manía de
gloria en ese medio suicidio de echarse al ruedo contra
lo ordenado y consabido.
Casi huele a pólvora cuando despliega su franela
como una llamarada. Hay silencio de terrorismo en el
hecho del alocamiento que consuma. Hay también
desbarajuste de todos los esquemas decretados para la
fiesta. Brota el muchacho con la ropilla triste de los
que piensan que si pierden la vida no pierden una gran
cosa. Tiene la extraña fuerza de los desesperados,
y por eso se escapa de todos. Menos del toro, claro
está, porque el toro es también desesperación
y torrente que sueña con romper todas las reglas
y composturas.
Por fin, toro y espontáneo coinciden o en la
voltereta o en la cornada. Si todo va bien, el antimatemático
es llevado entre dos guardias, serios como dos logaritmos,
tan escuetos y rectilíneos como dos raíces
cuadradas. Si el atentado termina en sangre, no parece
sino que la plaza sintiera una pena enorme por esa locura
que se atrevió contra las proporciones equilibradas
de la tragedia.
Por una vez don Quijote sale vencido por desobedecer
las más rigurosas reglas de la fantasía.
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MANUEL RAMÍREZ ESCRIBE SOBRE
ESTE LIBRO
REQUENA Y LA GENTE DEL TORO
Por Manuel Ramírez Fernández
de Córdoba
Parece que estoy viendo a José María Requena
en un patio de caballos de por allá del norte donde
triunfó tanto, o contando ese Cuajarón de novela
grande para ir hilando palabras como el que va ligando una
faena con la muleta y la espalda; o entre banderilleros que
cortan las orejas como si mismamente fueran parte del cuerpo
y el alma de su matador; o junto a picadores de patas de hierro,
tabaco negro y duro, sudor de campo, con la "fortaleza
broca de los herreros"; o metido entre los pliegues hondos
como cicatrices de los miedos que revolotean por todas las
plazas de toros mientras van llegando, piafantes, los cochecuadrillas
con todos los nervios dentro; o comentando cualquier cosa,
como para distraer, al mozo de espadas en el callejón
de cualquier plaza desplegando capotes, alisando muletas,
curvando estoques, poniendo el búcaro a la sombra;
o bordando José María con el bastidor de su
pluma el más fiel y exacto retrato que uno haya podido
leer de cualquier figura del toreo, porque he vuelto a releer,
ahora en el tercer tomo de sus Obras Completas- que siempre
serán ya incompletas porque nos falta lo mejor de él,
que era él mismo- aquel "Gente del toro"
que escribiera hace más de treinta años para
que pudiéramos paladea, ya para siempre, el cómo
era su toreo literario y de qué forma puede torearse
con el percal de su folio para que cada palabra, cada frase,
nos llegue al pellizco ése que sólo nos llega
quien con capote, muleta o espada nos lo hace llegar.
En "Gente del toro" el patio de cuadrillas tiene
"siempre algo de posada antigua, de lugar de paso donde
el cuerpo no descansa porque la sangre hierve de impaciencia";
y la capilla es donde "el torero se eleva, se religa
y comunica con Dios en esta posibilidad de gran salto hacia
el misterio"; donde el reloj de la plaza "tiene
un no sé qué de funcionario nórdico a
quien las genialidades hispánicas hubiesen encomendado
el control riguroso de "esa cosa" tan minuciosa
que llaman tiempo"; o haciendo torear al alimón
el sol y el pasodoble en ese "horno abierto de la solana,
recalentada por vinos y aguardientes y con los perfiles ahumados
en la fogata de los malos presentimientos; o la definición
de los miedos que convierten en artista al torero que sea
capaz de vencerlo "justamente allí donde suelen
acampar los batallones de la angustia, forcejean los anhelos
de riqueza y fama contra los sensatos silogismos de la prudencia".
Para José María, la montera, negra y rizada,
debía ser la pesadilla del miedo al preguntarse si
no es verdad que recuerda la testuz de un toro, habiéndose
cincelado el arte de torear al extremo de subrayar "la
importancia heroica del toreo que ha viajado desde los aguerridos
principios de una valentía expeditiva hasta la plástica
cadenciosa de la magia".
Y sus toreros. Antonio Bienvenida, que cuando triunfaba "se
convertía la fiesta en escuela que tenía un
lema de mucha solera, nada más que cambiando el orden
de sus palabras; lo valiente no quita lo cortés".
Luis Miguel y sus desplantes, Ordoñez y el sello especial
de la parsimonia. Aparicio y Litri, dos estilos de melancolía;
Chamaco y el misterio; Jaime Ostos y el clasicismo del arrojo;
Diego Puerta y Paco Camino, los perpetuos niños del
toreo en una Andalucía que le hace preguntarse si hay
en el mundo región más aniñada que la
nuestra; Curro, ¿Hace falta decir que es Romero?, que
"con cuentagotas nunca premeditados mantiene el embrujo
de su promesa y quizás considere las broncas como retamas
secas que calientan a fuego lento la maravillosa más
o menos lejana de su triunfo inmediato...
Así, José María, de óle en óle,
he vuelto a leerlo y lo terminé toreando por las calles.
Gracias, maestro.
ABC de Sevilla, 08/04/2003
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Marzo de 2011
Carmona a
vuela pluma
La Delegación de Cultura
del Exmo Ayuntamiento de Carmona, Olavide en Carmona
y Servilia Ediciones, presentaron en el Parador Nacional
de Carmona el libro: "Carmona
a vuela pluma. Antología de escritos carmonenses.
José Maria Requena". Antonio Montero
Alcaide, editor de la obra, junto a Juan María
Jaén Ávila, hicieron una semblanza de
los textos recopilados y la biografía del autor.
ampliar>>
Junio de 2010
Pintura y
poesía
Entre el 4 y 20 de junio se expone en la Biblioteca
Pública Municipal de Carmona una muestra
de pintura a cargo de alumnos del Aula de Pintura
de Carmona, que bajo dirección de la profesora
Dña. Manuela Bascón han realizado una
serie de cuadros inspirados en poemas de José
María Requena. ampliar>>
Enero de 2010
Memorias del
periodismo sevillano
Con motivo del primer centenario de la Asociación
de la Prensa de Sevilla, se presentó la
obra "Periodistas
de Sevilla (Retratos de autores de dos siglos)",
editada por Mª José Sánchez-Apellániz,
y que recoje un homenaje a las personalidades más
destacadas del periodismo hispalense en los últimos
dos siglos. ampliar>>
Julio de 2008
Décimo
aniversario
El 13 de julio de 2008 se cumplen diez años
de la muerte de José María Requena.
El escritor sevillano Antonio
Montero Alcaide homenajea su memoria en un artículo
en ABC de Sevilla. ampliar>>
Noviembre de 2002
Publicada
la obra completa
Editada por el Ayuntamiento de Carmona, ya está
disponible el tercer y último tomo de las obras
completas de José María Requena.
Se trata de un total de tres volúmenes que
recogen toda su producción poética,
novelística, ensayística y de narrativa
breve, además de una selección de artículos
de prensa y diversos textos. Para más detalles:
archivo@carmona.org
Teléfono: 954191458
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Antonio Petit Caro
Reivindicación
de José Mª Requena en el cincuenta aniversario
de la muerte de Juan Belmonte
"Ahora que se conmemora con
los honores que le son debidos a su memoria los 50 años
de la
muerte de Juan Belmonte, es momento para reivindicar
la autoría de la primicia periodística
de aquella luctuosa noticia. Y es que fue el escritor,
poeta y periodista sevillano José María
Requena quien primero lanzó al mundo la versión
completa de lo que no fue sino una tragedia en "Gómez
Cardeña"...." ampliar>>
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Manuel Losada Villasante
En recuerdo
de José M. Requena
"Compartí con José
María Requena -hombre de pueblo entrañado
con el campo- momentos inolvidables a lo largo de la
infancia, juventud y edad madura, y me sentí
muy unido a él humana y espiritualmente..."
ampliar>>
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Enrique Montiel
José
M. Requena, una teoría de Andalucía
"Y es que resulta en extremo
difícil desproveer la narrativa de Requena, tan
pulcra y bien hecha, de lo sociológico, de lo
político, de lo histórico..." ampliar>>
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