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Artículos
de Prensa
Una selección de escritos de prensa publicados a lo
largo de su vida
Poesías y otros textos
Poemas y otros textos sueltos, algunos inéditos
Conferencias
Facultad de Filología de Sevilla, Abril de 1997
Pregones
Pregón de la Semana Santa de Carmona 1952 y la Feria
del Libro de Sevilla 1993
El
alma de José María Requena y Carmona
Breve colección de textos de José María
Requena sobre Carmona
Carmona
a vuela pluma
Antología de escritos carmonenses de José María
Requena
Vida
y obra de José María Requena
El estudio de investigación más amplio realizado
sobre la vida y obra de Requena, escrito por el Dr. Ángel
Acosta Romero, Profesor Titular de la Facultad de Ciencias
de la Información de la Universidad de Sevilla.
ARTÍCULOS DE PRENSA
Algunos artículos de prensa de José M. Requena
publicados a lo largo de su extensa actividad periodística,
desde sus comienzos en La Gaceta del Norte en los años
50 hasta sus últimas colaboraciones articulistas a
finales de los 90.
La muerte del torero Juan Belmonte, en abril de 1962, coincidió
con una breve estancia de Requena en Sevilla cuando era todavía
redactor de La Gaceta del Norte, teniendo oportunidad
de dar para el diario bilbaíno la primicia de su trágico
suicidio. El escritor y crítico taurino Antonio Petit
Caro, rememora en el digital taurino taurologia.com
aquella exclusiva periodística cuando se cumple el
50
aniversario de la muerte de Belmonte.
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El triste fin de la vida de Juan
Belmonte
La
Gaceta del Norte - Bilbao - Martes 10 de abril de
1962
(Crónica
de nuestro enviado especial, José María
Requena)
Don Juan Belmonte
ha muerto. En Sevilla ha caído la noticia negra,
como una tormenta. Su muerte ha sido como si un capítulo
muy serio de la tauromaquia se quedara borrado de pronto.
Don Juan Belmonte, según la primera versión
para toda Sevilla y para toda España, había
muerto de pronto y a solas, como corneado por la propia
sangre. Después de don Juan, nadie podría
hacer comparaciones sabias entre los toros y los toreros
de ayer y hoy.
Acababa de derribar unas cuantas vaquillas en su
finca "Gómez Cardeña" y, por
lo visto, según se decía, había
terminado su vida con los botos camperos puestos,
de un ataque al corazón, cansado de emociones
y de años. Era la consideración lógica
y admirativa. Pero no. El torero valiente había
dejado de serlo en un día ya muy avanzado de
su vida. Sus setenta años habían podido
más que las tarascadas de la vida y se dio
por vencido. Quizás -y así deseamos
que haya sido- que el héroe de la fiesta brava
llegó a perder el dominio de los nervios y
del pensamiento. Regresó de la dehesa. Se despidió
del mayoral que le había acompañado
hasta la puerta frontera del caserío, y se
quedó a solas. Nadie más que él
sabría decirnos las amarguras y los recursos
que le movieron a la terrible e inaceptable decisión.
Pero las palabras sobran. Una pistola del 6,35 cortó
la trayectoria rotunda del héroe y el símbolo.
En fin, confiemos en el Dios de la misericordia. Don
Juan Belmonte, siempre fue un hombre bueno, audaz
y generoso. El difunto Rafael, "El Gallo",
hubiera podido retratar su grandeza de corazón,
con esas cuantas pocas palabras que nacen del auténtico
agradecimiento.
Qué penoso final el de don Juan Belmonte.
Horas antes de saber cómo había muerto
don Juan Belmonte, llegué a la finca "Gómez
Cardeña", situada a 45 kilómetros
de Sevilla, a la orilla izquierda de la carretera
que lleva a Jerez, y dentro del término de
Utrera. 3.000 fanegas de terreno son presididas por
uno de esos caseríos blancos, de ventanas verdes,
en que los cortijos andaluces esconden verdaderas
mansiones señoriales.
Atravieso una
arcada y me encuentro en un jardín con limoneros
y palmeras bajas. En el vestíbulo, una chimenea
con la leña íntegra, dispuesta ya para
un invierno del porvenir. Y en la repisa, una fotografía
de Charlie Chaplin, cara de 25 años. En una
hornacina, de treinta a cuarenta libros, algunos en
inglés -Belmonte lo entendía-. Y la
Ilíada de Homero, y también los "Recursos
de la astucia", de Pío Baroja.
Y cuadros, toros pintados en lienzos pequeños
y varios carteles enmarcados. Pero en ninguno de ellos
aparece don Juan Belmonte.
Y del vestíbulo paso a un salón amplio,
de por lo menos ocho metros de largo por cuatro de
anchura. Al entrar, de frente, como impresionando
al visitante, está el famoso retrato de cuerpo
entero que le hizo Zuloaga, al revolucionario del
toreo. Allí está el diestro sevillano,
con bastante menos de 30 años, empinando la
figura y adelantando el mentón hacia los tendidos,
como en un desafío de triunfo, mientras sostiene
el estoque sanguinolento, como un silogismo de genialidad.
El periodista se imagina que en este salón
tan grande y sin embargo tan acogedor y entrañable,
debió pasar el torero muchas nostalgias, muchos
pesares.
Y allí, muy cerca de allí, en la dirección
que apuntaba el mentón joven y seguro del Belmonte
de Zuloaga, estaba don Juan quieto ya, con el moreno
del mucho ir por el campo en intensa amistad con el
sol.
Juanito Belmonte me recibió con mucha amabilidad.
Los años no pasan por él. Sigue teniendo
tipo de novillero. Le pregunté varias cosas.
Entre otras, por el número de nietos que dejaba
su padre.
- Nueve nietos, y ninguno sale torero. Y era la obsesión
de mi padre. Alguno ha empezado a apuntar algo, pero
nada. ¡Mira! Aquí tienes a éste,
buen tipo de novillero, pero nada -me dijo señalando
a Juan Carlos Beca Belmonte, que tendrá diecisite
o dieciocho años. Al muchacho se le nota en
el perfil un algo de su abuelo. Pero es rubio.
Sigo conociendo la casa por dentro. Juanito me la
enseña. Sólo una cabeza de toro hay
en este palacio campero. Y, para colmo, esa cabeza
de toro de Parladés estaba ya en la finca cuando,
allá por el año 1934, la compró
el torero que ahora ha muerto.
-¿En su piso de Sevilla -le pregunto- tampoco
tenía don Juan cabezas de toro matados por
él?
-No, pues no. Ni una sola cabeza -me contesta Juanito,
como recapacitando por vez primera sobre este extraño
hecho de que un torero histórico careciera
de trofeos tan lógicos.
Y así llegué hasta la puerta posterior
del caserío, la que da a la gañanía
y a las cuadras. Diego Mateos, el mayoral, no se mostraba
muy explícito en un principio, pero después
fue explicando:
-Llegó de Sevilla sobre las doce de la mañana
del domingo. Ensillé su jaca "Maravilla"
y nos fuimos a derribar vacas. Don Juan estaba satisfecho.
Derribó ocho o nueve y se mostró muy
contento de ver cómo reaccionaban los animales.
-¿Qué conversación le dio?
-Ninguna que no tuviera que ver con la faena que
traíamos entre manos. Ya sabe usted que no
era hombre de muchas palabras.
Diego me enseñó a continuación
la jaca "Maravilla", de cola larga, alazana,
con doce años muy hermosos y todavía
inquietos.
-¿Cuántos años tiene usted,
Diego? -le pregunto al mayoral.
-Ayer mismo, el domingo, cumplí los 45, ¡Fíjese
usted qué cosa! -dice meditando, mientras mira
las piedras del patio.
Y en los ojos enrojecidos por el llanto y el sueño
brinca el brillo de una lágrima. No quiso decir
más Diego... Y partimos hacia Sevilla, hacia
un imperio del toreo que tan gozosamente se sabía
representado por la silueta extraña y famosa
de un hombre que ya no es.
José
María Requena
Sevilla,
martes 10 de abril de 1962
N. de la R. - Resulta triste y doloroso en extremo
que un hombre que en su vida profesional dio tantas
pruebas de valor, haya tenido este final. El suicidio,
en definitiva, es un acto de suprema cobardía.
No conocemos los motivos que hayan podido impulsar
a Juan Belmonte a quitarse la vida, ni si entre
éstos ha podido haber un estado psicológico
de perturbación que pueda atenuar la responsabilidad
de un acto tan execrable. Pero el hecho está
ahí. Y lo que sí desearíamos
es que haya podido tener ese instante necesario
que la misericordia de Dios no niega a nadie,
aun en el último momento de la vida.-
Los restos de Belmonte fueron
enterrados en el cementerio de San Fernando de Sevilla
La
Gaceta del Norte - Bilbao - Miércoles 11 de
abril de 1962
(Crónica
de nuestro enviado especial, José María
Requena)
A las once en punto
de la mañana, a hombros de los suyos, entraba
el cuerpo de Belmonte en el patio de los Naranjos. Lentamente,
al pie mismo de la Giralda, entre silencios y azahares,
fue conducido el féretro hasta la iglesia parroquial
del Sagrario catedralicio. El templo estaba lleno. Matadores
de toros, banderilleros, apoderados, ganaderos, gente
joven y gente vieja... Y muchas mujeres.
En voz baja y respetuosa se hacían comentarios
sobre su forma de morir. "Una mala hora... uno
de esos clásicos golpes de angustia, que ponen
neblina en la frente y en la conciencia..., un loco
torbellino de sabe Dios cuántas ideas fijas,
que martillean en las sienes..."
El médico que atendía los últimos
achaques del torero clásico, certifica que
a consecuencia de la arterioesclerosis, sufría
frecuentes y hondas depresiones nerviosas. Y que cuando
se encontraba en la plenitud de una de estas crisis,
quedaba hundido en un abatimiento enorme.
Los íntimos del torero histórico no
acaban de explicarse subjetivamente su final trágico.
Antes y después de los funerales se repetían
referencias exactas sobre sus devociones cristianas.
Sí. Debió ser un momento ciego, en
el que don Juan Belmonte no era del todo don Juan
Belmonte.
A hombros fue llevado el cadáver de don Juan,
desde el Sagrario de la Catedral hasta la misma puerta
de la plaza de la Maestranza. Y ante aquel torcal
grande y cortijero, de piedra morena y cal estallante
de sol, colocaron el féretro en el suelo. Y
a los cinco minutos, de silencio, lo levantaron como
si le sacaran a hombros del redondel mismo, en un
profundo intento de revivir una de aquellas tardes
apoteósicas del hombre que les había
conquistado terrenos a los toros, con la estrategia
tremenda de irse acostumbrando a las cornadas.
Al coche fúnebre que se llevó los restos
de don Juan Belmonte hasta el cementerio de San Fernando,
no se le veía el negro, de tanta corona grande
y cordial como llevaba encima.
Y así, poco a poco, resucitando historia taurina
de la buena, por las calles sevillanas fue don Juan
hacia la tierra. Barrio de la Alameda, calle Feria,
la de su nacimiento... y adiós al arco de la
Macarena.
En el cementerio sevillano, reinaba la primavera:
don Juan Belmonte iba por los mismos caminos ya recorridos
por Joselito y Rafael. Y en un paisaje de cruces blancas
y rosales gozosos, fue enfrentado el féretro
negro de don Juan, con el mausoleo verdoso y conmovedor
donde descansan don Joselito y su hermano don Rafael.
Y a menos de cien metros de los "Gallos"
recibió sepultura el torero trágico.
Los "padrenuestros" y las "avemarías"
finales que se rezaron allí al filo de su fosa,
fueron muy bien rezados, muy con la esperanza puesta
más allá del cielo azul en que aquella
hora -la una y media de la tarde- estaba prodigiosamente
azul, casi tan de ese azul que deben tener las cuartillas
donde el amoroso Juez de las alturas debe expender
sus paternales indultos de misericordia.
José
María Requena
Sevilla,
miércoles 11 de abril de 1962
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Con el artículo "De
la Sevilla inexacta", publicado en ABC
el 26 de Noviembre de 1992, José María Requena
obtuvo el I Premio Ciudad de Sevilla de Periodismo, convocado
por el Excmo. Ayuntamiento de Sevilla.
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De la Sevilla inexacta
Por José María Requena
I Premio Ciudad de Sevilla
de Periodismo
ABC de
Sevilla, 26 de Noviembre de 1992
Una excelente foto aérea de la obra "Sevilla
forma urbis" nos evidencia que la plaza de toros
de la Maestranza no sólo no es circular, sino
que ni siquiera se muestra como un ovoide perfecto.
Cualquiera diría que una delas arquitecturas
más representativas de la ciudad se nos brinda
como un expresivo símbolo de la reiterada querencia
sevillana hacia lo asimétrico, por no hablar
de una franca enemistad urbana frente a cuanto suponga
una rigurosa imposición de la geometría.
El delicioso laberinto del casco histórico constituye
una auténtica rebelión contra la razonable
estética de los delineantes. El barrio de Santa
Cruz viene a ser toda una exaltación de las enrevesadas
estrecheces de un callejuelismo que tanta y tan novedosa
sorpresa promete en el más allá de cada
revuelta. En ningún otro barrio del mundo se
produce semejante relación del encanto con las
esquinas porque las esquinas, al tiempo que impiden
cualquier posible supremacía de las matemáticas,
nos ocultan el nuevo pequeño universo que nos
aguarda de inmediato.
El fantástico fracaso del folklorismo, filmado
en estas tierras del Sur fue debido, por igual, al ínfimo
grado técnico de su calidad y a las cuadriculadas
fórmulas con que se repetían sus tópicos
repartos triangulares: ingenuas chavalitas cortijeras,
novios rematadamente pobres y perversos señoritos
mujeriegos. Toda una trigonometría que, al cabo
de treinta o cuarenta años, persiste aún
en la mayor parte de las retinas de ahí arriba.
Y no es que no se dieran en la realidad esas muchachas
cortijeras con novios pobres y a merced de tales señoritos
fornicadores. Lo que pasaba era que la deshumanizada
traslación del tópico, una vez sometido
al multiplicado rigor de las repeticiones idénticas,
derivaba nada menos que en el tedio mal ángel
de la simetría.
Los pasos de la Semana Santa de Sevilla no alcanzan
sus más complejas emociones en la recta anchura
de la Avenida, sino en sus arriesgadas travesías
de balcones, por la antimatemática sinuosidad
de la calle Placentines.
Los tendidos del Guadalquivir se dislocan ante la expectante
irregularidad lotera con que son idealizadas las tardes
negativas del currismo. en los apasionados graderíos
futboleros de Sevilla se da por buena la frustración
de los goles en la inspirada maraña de los regates.
Jamás podrá alcanzar un cantante de ópera
la gracia en carne viva de una voz flamenca destemplada.
Nuestros abuelos rindieron culto a la equilibrada elegancia
de Joselito, se encariñaron con los desbarajustes
de Rafael y se rindieron, pasmados, ante un Belmonte
que dinamitaba, por centímetros, los hasta entonces
intocables terrenos del toro. Joselito era la desatada
gracia del desorden. Don Juan Belmonte, el desconyuntado
teorema sobre una cornada mortal que, dándose
por inevitable, no se producía nunca.
Sevilla viene a ser, precisamente, lo que se supone
a punto de llegar y no llega. De ahí su paradójico
talante de paraíso que sueña con los cielos
aún más altos de la utopía. Desde
su narcisismo, a fuerza de tanto autosoñarse,
se despeña de continuo en el desengaño.
No es verdaderamente alegre, sino enamorada de la alegría.
No se entrega a lo que se prepara con parsimonia y mucho
tiento, sino a cuanto se presenta con el atractivo angélico
de lo repentino. Para ella, la paciencia es la negación
de lo maravilloso, la geometría temporal de la
resignación. Quizá, por eso, de Despeñaperros
para arriba se ha hablado tanto y tan estúpidamente
de sus inventadas perezas: porque ignoran los sensoriales
misticismos de los pueblos que se fugan por sistema
de los manidos esquemas de la rutina.
Y todo, canalizado por un entusiasmo del todo imprescindible,
obediente al arrebato que tiene algo de brujería,
al decidirse por lo irracional, en mantenida renuncia
a cuanto es duradero, consecuente y ganancioso. En Sevilla,
por imperial decreto de temperaturas, aromas y luces,
está completamente prohibido el aburrimiento.
De ahí que en ella se mimen tanto los detalles
mínimos: para no tener que depender tan exclusivamente
de los poderosos motivos que animan a seguir prendados
de todos los sabores de la vida.
Por tales caminos, el entusiasmo por lo pequeño
desemboca en toda una filosofía de los primoroso
y en toda una riqueza multimillonaria de perspectivas
para el mágico ejercicio de cada día.
En Sevilla no resulta ni medianamente decente amordazar
la imaginación para que salgan bien las cuentas
de lo razonable. Ni siquiera a las almas rubias de por
esos nortes seles permite que ordenen sus pasos en el
conocimiento de la ciudad, razón ésta
por la que son tantos los nórdicos que se escapan
del rebaño turístico para escoger la libertina
libertad del callejeo, a la caza y captura de la sorpresa,
en una ciudad siempre ocupada en el intento de reinventarse
a sí misma.
De entre los numerosos contrasentidos con que Sevilla
desconcierta a sus visitantes destaca su incomprensible
y reconocida falta de capacidad para retener la corriente
turística, quién sabe si debido a que
se trata de una ciudad para sentirla, no para aprenderla
y menos para explicársela y entenderla. Su belleza
no es de las que se aprecian en admiraciones reposadas,
sino en la visión impresionista de lo intuitivo,
hasta el punto de irritar al forastero que se empeña
en llevarse su estética en un tubo de ensayo
mental para analizarla refrigeradamente en los laboratorios
de la lejanía.
Al fin y al cabo, todo eso, y más, responde a
esa tendencia tan sevillana de hacer trizas los brillos
fríos de todas las matemáticas. Y, al
respecto, no puede ser más significativo el hecho
de que esa psicología deformadora de geometrías
se haya hecho carne en la arquitectura del más
bello templo de la tauromaquia, desnivelando el círculo,
tan esencial en todos los demás ruedos, tal y
como si antes de que suenen las cinco de la tarde, la
Sevilla amante de las desataduras se tomara por adelantado
su revancha anticircular en el escenario mismo donde
tan rigurosa preponderancia ejercerán las más
implacables actitudes, desde el ordeno y mando del rejoj
hasta el número de orejas o el infortunio posible
de los tres avisos, pasando por el número de
banderillas y banderilleros, y puyazos y picadores,
más la minutera división de la lidia en
el dramatismo ascendente de los tercios.
Al otro lado del río, la Expo Universal ni deseaba
ni podría formar parte de Sevilla desde punto
y hora que fue un repensado mundo sin improvisaciones,
una grandiosa pesadilla de exactitudes. Triana sí
que fue Sevilla desde su mismísima cuna mitológica,
desde siempre, siendo el diverso y entrañable
contrapeso que exigen las asimetrías, un punto
y aparte enmilagradamente pueblerino del alma de la
capital, deliciosa respuesta de la pared encalada, frente
a la prepotente catadura de la piedra histórica.
Triana es una presencia perenne, entanto que la Expo,
obediente a la calculada programación de su fugacidad,
desde un principio, vivió su voluntario exilio
en la alejadísima geografía de la Cartuja.
Sensitivamente, por fuera de las contabilidades históricas
entre Triana y Sevilla el aire continúa buscando
velas marineras de hace siglos. En la ría de
la Expo, la ilusión de subir a bordo de alguna
de las carabelas tenía su mucho de participar
como extra en el exactísimo rodaje de una película
de aventuras.
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José María Requena
inicia con este artículo "Vivir en el sur"
su colaboración periodística con el diario sevillano
ABC que continúa
con una asiduidad semanal hasta su fallecimiento el 13 de
Julio de 1998.
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Vivir en el sur
Por José María Requena
ABC de
Sevilla, 16 de Octubre de 1984
Pues sí: con motivo de una de esas grandezas
incurables, vivimos en el sur. En la magia de todo lo
que es sur. Bajo uno de esos muchos e implacables soles
sureños capaces de inventar cosas como la espectacular
gesticulación napolitana o un Jalisco al sur
del sur de los Estados Unidos, al sur, en fin, de la
mismísima Texas, donde parecería mentira
que se pudiera imaginar siquiera un sol de sur más
al sur, más de pesadilla iluminada, más
así, con caballos todavía, después
de que llegaran los hombres a la Luna.
Porque el sur es la pirueta de lo caprichoso y pintoresco.
El sur, a ver si nos entendemos, viene a ser como un
llevarle un poco la contraria al norte, y, sobre todo,
al centro, porque el sur de un país es tierra
descentrada que apenas si medio se soporta con el norte
del país que le cae debajo en la implacable y
azulosa ley del atlas. En la misma azotea del "seny"
catalán, Marsella es la aventura nocturna de
Francia, la turbia y desbocada yegua de la imaginación
francesa que muy difícilmente puede olvidar sus
osados galopes saharianos o el paso temeroso a través
de los verdores traicioneros de Indochina. Y, por otra
parte, ay, qué serias se ponen las tierras norteñas
de Yugoslavia e Italia, cuando Baviera estalla de cerveza
y Munich, espumosamente, sueña con llegar a parecerse
a la gran improvisación iluminada que la Feria
de Sevilla.
Sí. Cosa grande, incluso tentadora, y lo mismo
que soñada, peligrosa y sufrida, es esto de vivir
en el sur, de ser sur, de disfrutar y de padecer a cuenta
de estar y de gozar por estos zócalos del mapa,
donde, de pronto van y te predican que al río
Guadalquivir lo van a convertir en río de oro,
mediante aquel canal de Bonanza de tantísimo
calado para siempre en nuestro desengaño. Este
es nuestro sur de España, el soleado sótano
en que España ha verificado siempre sus fabulosas
alquimias de vinos y de coplas, de pícaros y
artistas, de fiestas en gavilla y de chispas primeras
de las revoluciones.
Extraña tierra hermosa esta de Andalucía,
de donde casi nunca partían al nuevo mundo gente
dispuesta a quedarse a vivir en el alejamiento, sino
solo en plan de soldado o de marinero, en prontos viajes
de ida y vuelta a un paisaje de hambrunas, donde, al
cruzarlo, querían quedarse para siempre los guerreros
todos de otros pueblos, ancha geografía en laque
ni siquiera la mucha y larga pobreza empujaba a la emigración
antigua, de por vida.
Siglo tras siglo, al sur lo bautizaron como prometedora
tierra de futuro, al inmenso granero, la gran huerta
de Europa, paraíso en la era del turismo, pero
sin que de una puñetera vez despegue hacia la
dicha este enorme reactor de viejos sueños. Esperemos,
en fin, que nos llegue la primera buena racha de fortuna
cuando pueda ser del todo aprovechada la energía
solar, aunque, en principio, tampoco nos resulte demasiado
atractiva la imagen de una Andalucía convertida,
de sótano de España, en la gigantesca
y espejeante central eléctrica de Europa, con
un algo monstruoso de colosal barraca de "calle
del infierno". Pero, eso sí, de ningún
modo podemos perder la esperanza de que, algún
día, lleguen a casarse el abundante poderío
de la industria con la maravillosa luz del sur, tan
olvidada.
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José María
Requena escribe sobre la Novela y sus concepciones novelísticas.
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Mi estilo de novelar
Por José María Requena
Vivir
Sevilla. Nº 4. 1986
Enredoso asunto éste de intentar una explicación
sobre los modos particulares de hacer novela. Y aun
más esquinada, la propuesta de que uno aventure
la confesión de los objetivos que persigue al
inseminar con miles de palabras la blancura incitante
de tantísimos papeles. Es más: casi resulta
más fácil y grato referirse a tales dificultades,
en lugar de hacerlo respecto a los caminos y enfoques
elegidos en la búsqueda de un estilo propio.
Con todo, deseoso de complacer esta petición
de Vivir Sevilla, me decido a subrayar la "voluntad
de estilo" que me puede más que cualquier
otro motivo al escribir novelas. Voluntad de estilo
entendida como humanísima ansiedad de conseguir
un lenguaje en el que se ofrezcan un tejido entramado
por argumentos y palabra, por emociones y fonéticas,
por ensoñaciones y durezas de cada día.
Por supuesto, prefiero las decisiones literarias que
tengan más que ver con lo imaginativo que con
lo fantástico. Por expresarlo en una simplificación
comparativa, mis inventadas realidades tienen mucho
del Platero de Juan Ramón y absolutamente nada
de los burros que pasan volando. Los factores oníricos
que intervienen en mi narrativa jamás se despegan
del plano posible de lo verosímil, aunque las
situaciones se ofrezcan más o menos angelizadas
por esa clase de sorpresa que con tanta frecuencia nos
visitan durante sueños amables o pesadillas inquietantes.
Por paisajes de naturalidad, todas y cada una de mis
novelas, procuran asentarse en líneas argumentales
que sirvan de soporte y guía para diversos motivos,
más o menos laterales, y que, sin embargo, de
ninguna manera pueden ser tenidos como gratuitos o secundarios.
Opino y mantengo que, en la novela, lo verdaderamente
sugestivo no radica sólo en sus contenidos primordiales,
sino también, y en gran proporción, a
través de numerosas disgresiones que otorgan
sangre y viveza a las vidas y a cuantas estructuras
redondean y encarnan ese pequeño universo original
que debe ser cada nueva y auténtica novela.
Y bueno será que, finalmente, aclare el sentido
que le doy a todas estas fórmulas que insinúo,
sin más, no como lecciones a seguir, sino únicamente
como notas entrañables que un determinado escritor
ha elegido al cabo de concebir un buen montón
de folios narrativos. Por lo demás, cada vez
que escucho o leo las opiniones de los demás
novelistas, me siento enriquecido, tanto por las coincidencias
como por las divergencias.
Está más que comprobado: en esto de hacer
novelas, nadie consigue unos moldes máximos y
definitivos. La vida del novelista se impone sin remedio,
con todos sus imprevistos y en cada novela nueva estrena
la emoción de ese folio primero, ilusionado igual
que un cascarón de nuez con vela de papel, echado
en un reguero de lluvia por la calle.
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Breve artículo con
motivo del fallecimiento de Pablo Picasso en 1973
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El fin del prodigio
Por José María Requena
El Correo
de Andalucía el 10 de Abril de 1973
Parecía interminable aquel prodigio, aquella
viva estatua de bronce o barro endurecido, tan siempre
fragua a punto, o más bien alto horno donde fundir
naturaleza, imaginación y capricho. Hasta la
muerte misma tuvo que llegarle en un descuido a tamaño
fabricante de sorpresas, de estoconazo repentino en
el poderoso morrillo del creador. Tenía un algo
de auténtico inmortal con sus noventa años
largos, mitología achaparrada en sus paseos playeros,
amante de la arcilla, bomba de colores y domador de
todos los perfiles.
Lo suyo fue asustar y también asustarse, como
si tuviera vocación de ser un "Adán"
de cada instante, todo el mundo recién nacido
para sus ojos, travesura de niño que inventaba
la vida tal y como debiera ser, fuente inagotable de
irritaciones para los pacientes copistas de la realidad.
Fue español, muy español en todo: hasta
en ese mismo saber estar en España sin necesidad
del regreso, enterizo en su grandiosa multiplicidad,
sordo total para los griteríos, rostro de campesino
español de cualquier siglo.
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Entrañable artículo
de Requena donde reflexiona sobre los horarios extremos de
su trabajo y su vida familiar. Publicado en sus primeros años
en El Correo de Andalucía donde llegó desde
la Gaceta del Norte para ocupar el puesto de subdirector.
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El sueño de los hijos
Por José María Requena
El Correo
de Andalucía, 23 de Noviembre de 1969
Cuando regreso del periódico, ya bien alta la
madrugada, le doy un entrañable repaso al dormir
de mis hijos. Por lo general, a cuenta de cada temperamento,
se reduce todo a una especie de hermosa rutina: poner
en orden la sábana y las mantas de Mariano; corregir
la posición de José María, para
que mañana no se queje de tortícolis;
destapar el rostro de Jacinto, porque, de tan friolero,
corre el peligro de asfixiarse a medias; volver a colocar
en su sitio la almohada que han dejado caer al suelo
esos seis añillos de Maria Begoña...Y,
por fin, con bastante frecuencia, coger a pulso a Rafael,
y darle una vuelta completa, a la vida más pequeña,
revoltosa y atractiva de la casa, para que su descanso
tenga pies y cabeza...
He nombrado a mis hijos bajo esa emoción diaria
de verlos dormir, de saberlos con muchos años
todavía para crecer, con tantísimo margen
para elegir ilusiones y con tan tremendo porvenir para
acertar y también para desengañarse.
Porque a estas altas horas, cuando un hombre regresa
de su esfuerzo diario, todo es silencio, toda la familia
está como ida, un poco así como muerta...
Y el hombre de periódico, y el panadero, y el
policía, y el taxista, y los bomberos, y los
sanitarios, y tantos otros intérpretes de la
nocturnidad, alcanzan siempre un profundo modo de cariño
para la mujer y los hijos.
En el pasillo, a las cinco de la mañana, acabo
de encontrarme un zapato pequeñajo, un zapato
destartalado y sucio, vencido para siempre por la lluvia...
Y lo he cogido entre las dos manos, como se deben coger
las cosas importantes, y me he puesto a recordar mi
niñez de niño pueblerino, para compararla
con la niñez del más pequeño de
mis hijos.
Porque nuestros hijos "de capital" son niños
poco menos que enjaulados, niños que conocen
las vacas y las gallinas por televisión, niños
que juegan a llegar al colegio sin que les mate un automóvil.
Tanto para el panadero, como para el médico de
guardia o como para el periodista, el regreso a casa,
muy poco antes del amanecer, supone una gran oportunidad
para doctorarse en profundos afectos. Quizá porque,
en tales horarios, cuando toda la casa duerme, los que
trabajamos sin apenas ver la luz del Sol, acabamos por
saber muchísimo de cómo llegará
la muerte, con su madrugada y su silencio, dentro de
tantos o cuantos años, hasta estas siluetas,
todavía insignificantes y casi eternas, de nuestros
hijos.
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Una reflexión de José
María Requena sobre la profesión periodística.
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Reloj de redacción
Por José María Requena
El Correo
de Andalucía, 1 de Octubre de 1969
Por mucho que se critique a nuestra crítica profesión,
nadie podrá negar que el tema menos barajado
por un periodista es, precisamente, el del periodismo.
Y vaya usted a saber por qué: acaso porque, a
cuenta de tener que ir a tantos sitios para contar lo
que escuchan y lo que ven, termina por considerarse
un poco así como definitivamente exiliado del
más exacto concepto de la noticia. Y sólo
muy de tarde en tarde, por motivos que rebasan los bordes
normales de su quehacer, llega a gozar, y también
a sufrir, la sonora circunstancia de protagonizar tales
o cuales hechos noticiables.
El periodista, después de algunos años
de ejercicio informativo, termina por doctorarse en
algo que bien podríamos denominar Pequeña
Filosofía de la Vida Corriente. No se trata,
por supuesto, de ninguna sabiduría del otro mundo,
aunque tampoco sea puro pasatiempo.
Si el periodismo se presenta a veces con cierto semblante
de travesura, no debe pensarse que se trata de un simple
juego de niños, sino de que hay ocasiones en
las que resulta conveniente infantilizar las cuartillas
con la pericia misma del chiquillo que se hace el distraído
mientras los mayores esconden la cada de bombones.
¿Cuáles son entonces, las certezas humanas
que mejor atesoran la experiencia periodística?
Pues, fundamentalmente, estas tres: la ingenuidad de
algunos, la vanidad de casi todos y la generosidad verdadera
de poquísimos. Y al decir esto, ni pongo a salvo
de tales defectos a la profesión, ni tampoco,
pues no faltaba más, a mí mismo.
Estoy escribiendo, nada más y nada menos, que
sobre la experiencia alcanzada por el periodista en
esa "fabrica" invisible de cosas que ocurren,
de frases que se dicen o de ambiciones que no se resignan.
Bajo el reloj de cualquier redacción transcurre
la historia del mundo con una intensidad grandiosa y
triste. Se mezclan las guerras esas, que nunca faltan,
con la boda de una actriz famosa, o con los datos de
un niño que salva la vida de otro durante una
crecida de un río o en la tragedia de un incendio...
Gracias al teletipo, a través de sus interminables
rollos de noticias, aprende el periodista su mejor lección
de humanidades. Porque durante tantas y cuantas madrugadas,
se ve obligado a convivir con cada importancia diaria
de la historia, para titularla, para hacer que los demás
hombres se interesen por todo eso que acaba de ocurrir
en el mundo, o no muy lejos de sus propios domicilios.
Y, así, al cabo de los años, nada de raro
tiene que el periodista auténtico termine siendo
un buen conocedor de vanidades y soberbias. Porque,
bajo el reloj de cualquier redacción del mundo,
se cuecen nada menos que las más inmediatas filosofías
de urgencia. Porque, sencillamente, está comprobado
que no existe un modo más eficaz de enderezar
errores que ese de relatarlos en letra impresa.
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Los
belenes
Por José María Requena
El Correo
de Andalucía, 24 de Diciembre de 1969
Hay que escribir sobre la Navidad. No porque lo mande
nadie, sino porque el periodista se siente ganado por
el tema, desde fuera y desde muy adentro, por todas
las esquinas de esta actualidad tan antigua y tan entrañablemente
repetida.
¿Y qué decir de la Navidad, a estas alturas
de casi dos mil años de aquel ponerse Dios a
ras de nuestra angustias? Hay que situarse ante el "Belén",
reproducción profundamente ingenua del primer
instante de la Redención, con figurillas quietas
en intentos de movimiento, fortalezas de cartón,
arroyos de corriente detenida, candelas imitadas con
bombillitas rojas...
Después de todo, quizá el gran encanto
de estos días navideños radica precisamente
en que parecen dias de tiempo detenido, de casi ausencia
de tiempo que nos invita a pararnos, y nada menos que
para pensar. En el fondo, el máximo atractivo
de los "belenes" más que en su carácter
de juguetería evangélica tiene su más
honda motivación en ese mostrarse como un mundo
arropado en quietudes y silencios de meditación.
Todos, los de toas las edades, convivimos vibraciones
de pequeñísimos e innumerables milagros
cuando contemplamos el paisaje casi sacramental del
más humilde "nacimiento".
Y porque la Navidad, por inspirada coincidencia con
el "Belén", se hace también
tiempo quieto y silencio recogido, nos aniñamos
los mayores, desentendidos momentáneamente respecto
al futuro, anclados en ese presente que reina a solas
en la vida del niño, sin memoria ni cálculos
de porvenir..
Lo mismo da que los "belenes" sean excelentes
o demasiado improvisados. Es más: cuanto más
se acerquen a la perfección, menos capaces serán
de emocionarnos. Porque la poesía cristiana del
"nacimiento" sólo alcanza su más
hermoso nivel cuando se verifica en plena colaboración
de lo escenificado con la fe de quienes contemplan.
La admiración excesiva hacia los "belenes"
logrados como auténticas obras de arte no parece
sino que restara mucho de eso tan celestial que se presiente
en la Nochebuena, cuando la familia se agrupa ante el
"portal" para rezar con la mirada sobre un
paisaje fantaseando a lo divino.
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Marzo de 2011
Carmona a
vuela pluma
La Delegación de Cultura
del Exmo Ayuntamiento de Carmona, Olavide en Carmona
y Servilia Ediciones, presentaron en el Parador Nacional
de Carmona el libro: "Carmona
a vuela pluma. Antología de escritos carmonenses.
José Maria Requena". Antonio Montero
Alcaide, editor de la obra, junto a Juan María
Jaén Ávila, hicieron una semblanza de
los textos recopilados y la biografía del autor.
ampliar>>
Junio de 2010
Pintura y
poesía
Entre el 4 y 20 de junio se expone en la Biblioteca
Pública Municipal de Carmona una muestra
de pintura a cargo de alumnos del Aula de Pintura
de Carmona, que bajo dirección de la profesora
Dña. Manuela Bascón han realizado una
serie de cuadros inspirados en poemas de José
María Requena. ampliar>>
Enero de 2010
Memorias del
periodismo sevillano
Con motivo del primer centenario de la Asociación
de la Prensa de Sevilla, se presentó la
obra "Periodistas
de Sevilla (Retratos de autores de dos siglos)",
editada por Mª José Sánchez-Apellániz,
y que recoje un homenaje a las personalidades más
destacadas del periodismo hispalense en los últimos
dos siglos. ampliar>>
Julio de 2008
Décimo
aniversario
El 13 de julio de 2008 se cumplen diez años
de la muerte de José María Requena.
El escritor sevillano Antonio
Montero Alcaide homenajea su memoria en un artículo
en ABC de Sevilla. ampliar>>
Noviembre de 2002
Publicada
la obra completa
Editada por el Ayuntamiento de Carmona, ya está
disponible el tercer y último tomo de las obras
completas de José María Requena.
Se trata de un total de tres volúmenes que
recogen toda su producción poética,
novelística, ensayística y de narrativa
breve, además de una selección de artículos
de prensa y diversos textos. Para más detalles:
archivo@carmona.org
Teléfono: 954191458
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Antonio Petit Caro
Reivindicación
de José Mª Requena en el cincuenta aniversario
de la muerte de Juan Belmonte
"Ahora que se conmemora con
los honores que le son debidos a su memoria los 50 años
de la muerte
de Juan Belmonte, es momento para reivindicar la
autoría de la primicia periodística de
aquella luctuosa noticia. Y es que fue el escritor,
poeta y periodista sevillano José María
Requena quien primero lanzó al mundo la versión
completa de lo que no fue sino una tragedia en "Gómez
Cardeña"...." ampliar>>
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Manuel Losada Villasante
En recuerdo
de José M. Requena
"Compartí con José
María Requena -hombre de pueblo entrañado
con el campo- momentos inolvidables a lo largo de la
infancia, juventud y edad madura, y me sentí
muy unido a él humana y espiritualmente..."
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Enrique Montiel
José
M. Requena, una teoría de Andalucía
"Y es que resulta en extremo
difícil desproveer la narrativa de Requena, tan
pulcra y bien hecha, de lo sociológico, de lo
político, de lo histórico..." ampliar>>
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