El cuajarón
Barcelona, Destino, 1971 (Premio Nadal de novela 1971)
Pesebres
de caoba
Barcelona. Destino, 1982. (Premio Villa de Bilbao de novela
1982)
Agua del Sur
Sevilla, Alfar, 1988. (Premio Ciudad de Granada de novela
1985)
Las
naranjas de la capital son agrias
Sevilla, Muñoz Moya y Montraventa, 1990. (Premio
Luis Berenguer de novela 1983)
Los
ojos del caballo
Sevilla, Arquetipo, 1991.
Etapa
fin de sueño
Sevilla. Castillejo, 1993.
La foto
rubia
Obras Completas (Volumen III) Ayuntamiento de Carmona.
"EL CUAJARÓN"
"El cuajarón",
Premio
Nadal 1971, es su primera novela publicada. El protagonista
es un novillero aspirante a matador, que salta del campo a
la ciudad con toda su carga de angustias y desventuras. La
obra, aún cuando no sea una novela propiamente taurina,
constituye una espléndida sátira de ese mundillo
de los toros que logra evitar ágilmente los tópicos
al uso para así dejarlos más en evidencia. La
trama argumental discurre alternativamente, a ritmo quebrado,
pefectamente acorde con la pesadilla que Goyo, el protagonista,
está soñando, en la difícil convivencia
del sueño y el desengaño, en la extraña
cercanía de lo que es verdad y de lo que sólo
fue posible. Sin embargo, la novela posee una unidad esencial,
perfectamente arropada en una gran fuerza del lenguaje, entre
el aguafuerte de aire andaluz y las situaciones de matizada
poesía.
Así comienza
el "El cuajarón"...
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El Cuajarón: comienzo
del libro...
La sangre suele ser caprichosa, hasta cuando, ya fuera
de las venas, se agrupa en ese algo inquietante que
es un cuajarón.
Se presiente allí, entre tantos y tan diversos
tonos, la convivencia del sueño y del desengaño,
la extraña cercanía de lo que es verdad
y de lo que sólo fue posible... Muchas sangres
se mezclan en semejante mundo de vida condenada al menosprecio:
la sangre que desespera, junto a la que brilla como
un milagro de tanto mimar los luminosos glóbulos
de la fantasía... la sangre loca de las ambiciones,
que se remansa en la tristeza sensata de la realidad...
Y todas, todas las sangres de un cuajarón, se
abrazan con desorden, gritan su verdad cuando pueden,
ahora una, después otra, forcejean sus voces,
logran hacerse ver y apreciar en continua rebeldía
contra el tiempo, siempre fuera de programa, a saltos
desde el futuro hasta el presente, qué más
da, las consecuencias por delante de los motivos, el
éxito que se imagina puesto por delante de la
amargura que se sufre...
Menudo cuajarón esta vida, remolino de verdades
y mentiras, pesadilla en la que acaso sea lo más
sobrehumano el hecho de poder barajar con sabrosa desgana
los naipes todos del tiempo: la angustia, con sus astillas
de presente; la esperanza, con sus madejas de ingenuidad,
y la memoria, igual que un saco de sorpresas perdidas,
que no se resiste a ser sangre morada, vida muerta en
ese universo pequeñito que viene a ser un cuajarón.
Si el personaje Goyo viviera "de verdad",
o si le fuese posible fugarse alguna vez de las páginas
en que su existencia ha quedado inventada, no podéis
suponer hasta qué punto me gustaría dialogar
con él, para que me describiera con detalle los
desbarajustes misteriosos que ocurren en el tremendo
encuentro de las surtidas sangres que forman parte del
cuajarón.
Y hasta es muy posible que Goyo me explicara por qué
me "obligó" a contar su historia con
ritmo de pesadilla, regresando de sus soñadas
alturas de dinero y fama a los tiempos de ambición
insatisfecha, para saltar de nuevo a las raras angustias
del éxito, con un desorden narrativo en el que
tanto destacan los contrastes. Como ocurre en las pesadillas,
igual que acontecerá siempre cuando un muchacho,
sin barba todavía, se dedica a soñar despierto
con lo que nunca podrá llegar a ser. Porque tamaña
mezcla de fantasías y realidades se resiste a
colocarse en línea desde el ayer hasta el mañana.
Hierve la sangre del cuajarón y saltan los hechos
y los sueños de adelante hacia atrás,
y también al contrario, hasta que lo imaginado
se muestra casi más verídico que el mismo
jovencillo que lo soñara todo.
El autor
1
¿Y qué? Sí, he matado a un niño,
o, mejor dicho, le mató el paracoches de mi descapotable
rojo, a la entrada del pueblo, por la mañana,
niño marrajo, la pelota que cruza la carretera,
y ¡pum!, ruido seco, el chiquillo quieto en el
polverío del verano, los demás niños
que se apartan y un hombre que me grita cójalo,
a qué espera, venga, a la casa de socorro, de
prisa. La cabeza del chaval sobre mis piernas, qué
raro el ruido del arranque del motor. Y, nada más
llegar, el médico, sin rodeos: está muerto,
debió de morir instantáneamente. Me dejaron
verlo, una sábana le cubría la cabeza,
colgaban sus dos manos hacia un mismo lado, todavía
tenían calorcillo cuando las acaricié,
todos me observaban, fijos sus ojos en los míos.
Bien, señor alcalde, por favor, llame usted a
mi apoderado y dígale lo que ha ocurrido. No
te preocupes, Goyo, tú tranquilo, que aquí
estoy yo. Qué tío más idiota, cuánto
servilismo, si yo no fuera un famoso, ¿de qué
tantas facilidades? Y el juez, con sus preguntas, muy
encarado él, mirándome muy desde su sillón,
muy desde el otro lado de la mesa, viviendo la gran
historia que les contará a sus nietos: el gran
torero Goyo sentado en una silla y yo que le pregunto
por su nombre y sus dos apellidos, y yo que le exijo
que me diga la velocidad aproximada a que iba con su
descapotable, y yo que le interrogo si en el momento
del atropello mortal no iba demasiado preocupado por
cualquier otro motivo... Hay que ver cómo aprovecha
la gente cualquier ocasión para atornillar hacia
abajo a los que pisamos techos de fama. Hasta que llegó
mi apoderado, don Joaquín, con mi abogado: ni
me despedí del juez, ahí te quedas, de
cárcel, nada, si acaso, cheque al canto, la cantidad
no me importa, un millón si es necesario, para
que se animen esos padres a echarse en la cama a fabricar
un chiquillo nuevo, qué bestia, tú, ¿y
aquellas manos pequeñas?, está bien, ya
no tiene remedio, y todo pasa, así es que como
si nada hubiera ocurrido, lo peores pararse... Dentro
de unos días iré al Banco, el director
y yo nos beberemos unas copitas para preparar mi sabrosa
fiesta de fin de temporada: esta vez, trescientos millones
de pesetas míos, en billetes grandes, sobre una
mesa, para yo palparlos, para yo convencerme de que
ya he llegado a donde yo quería llegar... Me
gustaría saber lo que piensa Amalia cuando se
entere de todo esto del niño muerto. Conocí
a la hija del ganadero en la venta de mi abuelo Gregorio,
mientras dos gallos de pelea disparaban sus espolones
hacia el cristal de los ojos enemigos... Has llegado,
por fin, a tu finca mayor, el caserío arropado
por muchos kilómetros de olivar espeso, ahí
tienes la piscina, tu hermosa piscina, algo triste y
fría de tanto bañarse suecas... A ver,
Pepito, llama a la cuadrilla, que ya está bien
de cachondeo. Ha puesto mi mozo de espada gesto de sacristán
pueblerino al llegar el señor obispo. ¡
Venga, puñeta, Pepito ¡, ¿dónde
anda esa gente?, avísalos a todo correr... Seguro
que estarán jugando a las cartas en el sótano,
y qué sótano, aire acondicionado, luz
fluorescente, frigorífico de los grandes, televisor...
Tú, Goyo, aguárdalos ahora como siempre
que te enfadas un poco, aunque no haya motivo, que es
lo bueno: los brazos cruzados, lo mismo que haces cuando
siembran de banderillas el ruedo, y la cara, así,
eso, cara de haber agotado la paciencia...
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ALGUNAS CRÍTICAS PUBLICADAS
SOBRE "EL CUAJARÓN"
Antonio Blanch. Reseña. Madrid. Mayo 1972
"El relato queda impregnado todo él de invenciones
y figuras. Este chorro continuo nade de dos fuentes principales:
el tono metafórico de la prosa de Requena y la patética
fiebre del protagonista"
M.A. Castañeda. "El Diario Montañés".
14-04-1972
"La prosa rebotada de Requena llega bien, se lee con
agrado. El tema y el ritmo de pesadilla arrastran hasta el
final. El libro está cuajado de aciertos, repleto de
buenas maneras de decir. Buena novela, sin que se adentre
en los caminos de la literatura vanguardista, pero sin aferrarse
a técnicas en desuso. Requena se revela escritor de
carácter, de pulso firme; hábil mezclador de
realidades y sueños, de sangre y amor"
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Rafael Vázquez Zamora. Destino. Barcelona, Mayo
1972
"El Nadal concedido este pasado 6 de enero es una de
las novelas premiadas a las que favorece la relectura. El
cuajarón de Jose Mª Requena, presenta unos valores
literarios complejos que no sólo resisten muy bien
se vuelva sobre ellos, sino que los realza una mayor atención..
El cuajarón", escrito brillantemente, pero con
una prosa de gran eficacia y un notabilísimo talento
narrativo, presenta la vida de un torero, pero sin ser una
novela "andalucista" . Este camino han servido para
escribir una novela de sorprendente estructura, llena de vida
y de ilusión, de lectura amenísima y "nada
extraña"
Luis Horno Liria. "Heraldo de Aragón". Zaragoza
30-08-1972
"Una espléndida novela sobre el mundo del toreo.
Una fantasmagórica ensoñación de un novillero
principiante que nos enfrenta con su imaginado porvenir, más
real para él, para los suyos que su azaroso presente,
que su muerte súbita, impensada, truncadora de una
carrera que el diestro veía dubujada hasta el último
detalle.(...) La novela es apasionante incluso para quien,
como yo, poco o nada sabe de toros.(...). Me parece uno de
los Nadales mejor otorgados de los últimos tiempos".
Rafael Conte. "Diario Informaciones". Madrid
6-04-1972
"José María Requena, con su novela El cuajarón,
flamante último premio Nadal, narración -vaya
por delante- de un indudable interés. En esta ocasión
el premio Nadal ha vuelto por sus fueros. Ha vuelto a lanzarse
a cuerpo limpio en busca de un escritor desconocido o, al
menos, poco conocido. (...) Lo más interesante del
libro es precisamente su técnica, la expresión
empleada. Se trata de un vertiginoso mosaico de monólogos
de diversos personajes entrecruzados, que se yuxtaponen, se
interrumpen y se acumulan sobre el cañamazo de la historia
principal, el monólogo del novillero. (...). La simpática
sorpresa que me ha producido la lectura de este libro, digno,
apasionante y bien escrito, y de la reaparición de
un concurso importante.
Felix Pujol Galindo. La Vanguardia. Barcelona. 20-04-1972
"José María Requena es, incuestionablemente,
por cuna y por estilo, meridional, y como a tantos otros artistas
de aquellas latitudes, se advierte en el transfondo de su
obra - a veces, además en la superficie- una característica
común, un nexo de unión que, mostrado en las
diversas formas del arte, luce esplendorosamente auténtico:
Andalucía. Esa magia oscura de los oscuros ojos que
pintó Julio Romero, esa fantasía triste, pesimista,
misteriosa y resignada, hecha de lunas verdes y corceles negros
que cantó García Lorca. La Andalucia de cante
y celosías, de alcazabas y crespones, de vegas y suspiros.
La que sublima a la muerte con su alegría de vivir,
la que atempera la vida en sus cantes de muerte. La que repudia
mitos de panderetas, mantillas y sacromontes. La que desprecia
palmas que huelen a dólar, lunares hechos de nylon,
verjas de cartón-piedra. En El cuajarón, -jota
con reminiscencias arábigas-, en su lenguaje, en sus
expresiones, se adivina unas veces, otras se ve, esa Andalucía
que despierta sueños y vive quimeras. Si no lo supiéramos
de cierto intuiriamos por la lectura que Requena es poeta.(...)
Una novela de calidad por su técnica, por sus hábiles
recursos sintácticos, por su fértil imaginación,
por su planteamiento argumental. Y con un merecido y meritorio
premio: el Nadal 1971."
Rafael Laffon. ABC. 1972
"Con El cuajarón, creemos que José María
Requena ha entrado por la puerta grande en ese "castillo
interior", en ese círculo mágico de los
grandes novelistas. Y lo decimos con entera objetividad, porque
esta novela de Requena es una magnífica novela, además
de haber obtenido el premio Nadal."
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LA CRITICA, SEGÚN EL LIBRO: SOBRE "EL CUAJARÓN"
Francisco López Estrada. Separata Archivo Hispalense, nº 168
A veces, el crítico gusta de conversar con el lector. Este artículo es un monólogo del crítico, con el lector delante, en busca siempre de una inteligencia poética de la obra. Puede que este sistema de exposición lo haya sugerido el propio libro de José María Requena (1). El crítico debiera siempre ejercitar una com-prensión por dentro, y mi artículo lo intentó. Valga como eso, sin más, y comience el monólogo con oyente delante:
Pudiera ser que el libro resulte extraño al lector que no ande muy al tanto de las experiencias de la novela actual. Ese lector tiene el derecho de preguntarse qué se pretendió con la obra. Y yo le digo que esto es algo que se comprende cuando uno se deja llevar del relato, leyendo por el gusto de leer. Es muy fácil. Primero hay que hacerse a la idea de que no hay nada que "entender" en esto de la creación novelística. No hay que sentir preocupación por saber lo que les va a pasar a los personajes de la novela, pues puede que ni lo sean en el sentido común de la novela realista. Entonces, para qué le llaman también "novela"... Pero no hay que tomarlo así; la novela es algo que se hizo y que sigue haciéndose, tanteando la comunicación con el lector.
En una novela de esta clase interviene una especie de sugestión mágica, como cuando se queda uno prendido del juego de las llamas en el fuego vivo de una chimenea. O como un sentirse transportado, dejándose llevar por la vereda de las líneas de este Cuajaron adelante. Y que José María Requena cuente cosas, óigalo el lector como se oye la fuente en el campo, siempre igual en su voz de agua pero siempre distinto todo; con la monotonía entrañable de la vida y el misterio del agua, que nunca es la misma. Pienso que esto es también como una partida de cartas. Aquí está la baraja, nuevecita. Esto sí que es orden: aquí están todas las de un palo, del as al rey, flamantes, limpias las cartas pero muertas. Pues la vida es el juego y hay que barajar. Comienza la vida cuando entra el desorden en juego. El lector acaso esté demasiado acostumbrado al orden de la novela realista, de Pereda, Galdós, etc.: que la novela comience presentándole a los personaies: aquí Fulano, este es Zutano, y luego a despedirse como Dios manda. Esto en la novela es el orden consabido: descripción de lugar y personajes y acción con el planteamiento, nudo y desenlace, paso a paso, bien medido todo. Y un fin muy claro. Con el casamiento o con la mortaja, después que el lector supo qué les pasaba a los personajes. Parecido en el fondo a como el tío Saturio contaba en el pueblo los cuentos que aún recuerdo cuando apoyaba la frente en la ventana y se me entraba un frío en la cabeza pensando en mis muertos. El tiempo es entonces como una hebra que cose que te cose, ensarta las anécdotas, eso que sucede en el libro.
Pues no, no es así. Hay que pensar en barajar, y que las cartas son retazos de la vida de este Goyo, el personaje del libro de Requena, que fue o quiso ser torero por vocación, barajar bien, repartir las cartas y mirar las que nos tocan. Que la vida es una partida, y ahora el lector tiene sólo unas pocas para empezar el juego. Las que tiene en la mano, ni son todas, ni están en orden, lo mismo que las partes del libro de Requena (obsérvese que ni las llama capítulos) que ni cuentan por entero la vida del torerillo ni la del torerazo, pero que están para jugar la partida de esa vida que se inventa con tanto garbo. Sí, es una vida fingida pues para eso Requena es aquí novelista, y se la sacó del magín. Imaginación se llama a eso, pero los poetas no mienten aunque se inventen la obra.
Confieso que a mí esta obra de Requena me hizo pensar en Aristóteles. No hay que alarmarse, pues Aristóteles es el que dijo que el historiador cuenta lo que sucedió y el poeta lo que pudiera haber sucedido. Pensando en esto, creo que Requena está a veces al borde del reportaje; su trabajo diario es meter en letras de molde lo que esté sucediendo en los ruedos del mundo y también, si se tercia, en los de las plazas de toros. Y así, comprometido con la noticia, viendo todos los días cómo el teletipo tiene en ocasiones aires de cinta de carnaval, Requena, con ganas de echar a volar su magín de poeta, cuenta en este libro eso que pudiera suceder mañana, estar sucediendo o haber sucedido: el ansia de triunfo de un chico de pueblo andaluz, que siente correr por la sangre la llamada de los toros; y lo que esto le trajo en su vida o le pudiera haber traído, pues lo que Requena narra en su libro es, a veces, lo que en el relato es la realidad y a veces, es como sueños, cuentos de adolescentes camperos o páginas adivinadas del diario de un solemne pero verídico embustero, trozos de lo que imaginaba el chico, que intuye con lucidez de mago lo que todos apetecen: el triunfo en el ruedo.
Requena echa carta tras carta para que el lector juegue con él la partida. Sí, lo que pudiera parecer desprecio de la realidad es justamente lo contrario. Ya sé que al lector le gusta saber dónde tiene los pies, y si lo que le cuentan es verdad o es mentira (verdad es lo que parece imitación de la vida, y mentira, lo que Requena imagina, o dice que lo imagina el torerillo o acaso es el mismo lector el que lo imagina, echando carta tras carta en la empeñada partida). Pero, a fin de cuentas, hay que pensar en esto: ¿es que lo que se sueña o el escritor hace que sueñen sus lectores es de otro? Pues en libros de esta clase, hay que seguir el río de letras, empeñarse en el azar de la partida, barajando lo que pudo pasarle (lo peor: el triunfo) o lo que le pasó (lo peor: el suicidio). Pues el chico estaba marcado, y Requena nos cuenta este signo de la muerte, y con ella, la confusa intuición de tanto fracaso, de tanto triunfo, según que se considere.
Pienso en Aristóteles, y en que cuando esto que se lee en las revistas ilustradas con derroche de colorido chillón, cuando lo que se mete por los ojos en la televisión sea historia, es posible que la verdad que pueda saberse sobre este mundo de luces y de tinieblas que es el toreo, serán testimonios como este libro de Requena, un cuajaron confuso también, de sangre seca y oscurecida, sobre el cual podrá adivinarse a través de la intuición poética lo que haya sido la fiesta nacional como espejuelo de Cándidos soñadores.
Ya sé que las cosas de los toros son broncas y amargas, y que hay que tomarlas como son, le gusten a uno o no, pues la verdad es que las plazas se llenan una y otra vez en esto que es negocio para unos pocos y afición a prueba de desilusiones en los más. Mi consejo es penetrar novela adentro, que Requena sabe mucho de toros, de toreros, de campos y pueblos andaluces, y conoce el signo trágico de la tierra, y está empeñado en que, si se le quiere seguir por donde él va, se sienta dentro el pálpito de los toros, y uno se ponga a pensar en serio dónde está la verdad, sin hacerle maldito caso a tanta página muerta de la propaganda.
Requena logra esa difícil conjunción: acercarse a la vida con el empuje del reportaje que es una verdad descarnada de los sucesos exteriores y, al mismo tiempo, en dejar que la poesía de la intuición adivine lo que pasa por dentro y sorprender la realidad a través de dimensiones mágicas, sueños, brincos de la imaginación. Y para esto, el relato sigue ese curso en planos diversos en forma que sorprende al lector y lo sugestiona, como pretende esta novela actual, que es contar sobre un suelo que puede ser tierra o sueño o tierra-sueño, en una ambigüedad punzante que es acicate para que el lector esté siempre despierto.
Francisco López Estrada
Miguel Fernández-Braso. Doctorama, 21-05-1972
"La novela me parece una buena novela. (...), existe
un pulso, una vibración narrativa, que le señala
como un novelista de amplias posibilidades.(...). Lo más
interesante de la novela sea el lenguaje y la técnica.
Aunque en el lenguaje de El cuajarón apenas está
presente la palabra viva -la palabra de la calle- la brillantez
y la flexibilidad de voces y expresiones son realmente notorias.(...).
Los recursos expresivos de José María Requena
nos hacen creer en él como novelista que puede dar
una talla considerable."
Dámaso Santos. Pueblo. Madrid. 15-04-1972
"Bello, interesante libro, que revela, sin duda alguna,
a un gran escritor, un autor tan autor que, teniendo un buen
tema de meditación, seda cuenta de que no basta y trata
de conseguir que su meditación , descripción
y discurso se parezcan lo más posible a una novela.
Puede escribir, sin duda, grandes novelas."
Antonio Enrique. El Día de Granada. 18-06-1986
"El cuajarón (premiada con el Nadal hace ahora
quince años y recientemente reeditada en Destino, con
el número 63 de su colección "Grandes autores
del siglo XX") es muy buena. Y más, vista con
la perspectiva del tiempo discurrido, no solamente muy buena,
sino -en mi opinión- excepcional"
Angel Acosta Romero. Prólogo Edición Obras
Completas. Volumen I. 1999
"José María Requena, con su forma de jugar
con el tiempo y con la vida vuelve a apoyar nuestra hipótesis
de un narrador profundamente andaluz. Hay muchos personajes
en las novelas de Requena, y, al igual que ocurre con el entramado
narrativo, cada uno está perfectamente caracterizado,
pero a través de pinceladas casi impresionistas que
de ellos nos dan sus acciones, sus palabras, las calificaciones
del narrador o las opiniones de los otros personajes. Hay
un gran conocimiento de la naturaleza humana en estos textos.
Por ejemplo, el torero Goyo, que se nos hace tan terriblemente
insoportable al principio de El cuajarón, acaba siendo
objeto de nuestra compasión y lástima, gracias
al juego entre la ficción y la realidad"
José del Río Sanz. Diario Córdoba.
16-04-1972
"El cuajarón es una buena novela y por añadidura
una bellísimo relato que interesa y se ciñe
a la atención en línea de la literatura al día
en cuanto a la técnica empleada".
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